Faltaba poco para que empezara la función del Circo de los Hermanos Tortorella. El público ya estaba acomodado en sus butacas; los artistas tenían puestos sus trajes y esperaban ansiosos detrás del telón.
Como hacía siempre antes de la función, el Fabuloso Mago Kedramán fue a su camarín a ensayar su número.
Pronunció las palabras mágicas; “Protomedicato... protomedicato...” y a continuación pidió: “Que aparezca una cala... que aparezca una cala”.
Finalmente dio dos golpes con la varita mágica sobre su galera y esperó...
Apareció una calandria.
El Fabuloso Mago Kedramán pensó que algo debía haber fallado en sus pases mágicos, así que volvió a probar. Esta vez le pidió a su varita que hiciera aparecer un palo...
Apareció una paloma.
El Mago Kedramán miró preocupado a su varita. Por las dudas, siguió probándola:
Le pidió una cana.
Apareció una canaria.
Le pidió una bala.
Apareció una balanza.
Y ya, tirándose los pelos de rabia...
Le pidió una sopa.
Apareció una sopapa.
Le pidió una bomba.
Apareció una bombacha.
¡La varita funcionaba mal! ¡Y faltaba muy poco para que él tuviera que hacer su número! ¿Qué podía hacer? El Fabuloso Mago Kedramán decidió que lo mejor era consultar a un varitero.
El varitero era un hombre barbudo y panzón, que en su juventud había sido mago en los mejores circos del mundo, y que ahora se dedicaba a reparar varitas mágicas. Nunca había logrado arreglar ninguna, pero era el único varitero de la ciudad.
El Fabuloso Mago Kedramán llegó agitado a la casa del varitero y casi a los gritos le explicó su problema.
El varitero estuvo un momento pensativo, rascándose la barba, y por fin dijo:
—Ya sé, esta varita exagera. Hay que cortarle cinco centímetros.
—¿Está seguro? —preguntó tímidamente Kedramán.
—¡Pero claro, hombre! Agarre ese serrucho y córtele cinco centímetros.
El Mago Kedramán le cortó cinco centímetros a la varita y enseguida la probó:
Le pidió un soldador.
Apareció un soldado.
Le pidió un geniol.
Apareció un genio.
Le pidió seda.
Le dio sed.
—Ajá —murmuró el varitero, rascándose la barba y la nariz—. Ya sé: tiene que agarrarla al revés. Pruebe agarrándola por el otro extremo...
El Fabuloso Kedramán la probó tomándola al revés...
Le pidió una banana.
Apareció un ananá.
Le pidió una cala.
Apareció un ala.
Le pidió un barco.
Apareció un arco.
—Ajajá —murmuró el varitero, rascándose la barba, la nariz y la frente—. Ya sé: córtela por la mitad.
—¿Usted cree que cortándola puede andar bien? —preguntó Kedramán.
—¡Pero por supuesto! ¿Quién es el varitero? ¿Usted o yo? Córtela por la mitad y pruebe.
El Fabuloso Kedramán la cortó por la mitad y probó:
Le pidió un camaleón.
Apareció una cama y un león.
Le pidió un soltero.
Apareció un sol y un tero.
—Ajajajá —murmuró el varitero, rascándose la barba, la nariz, la frente y la nuca—. Córtela en tres...
—¿En tres?
—¡En tres sí! ¡Y pruébela!
El Fabuloso Kedramán la cortó en tres y la probó:
Le pidió una balanza.
Apareció una bala, un ala y una lanza.
Le pidió un terremoto.
Aparecieron una erre, un remo y una moto.
—Ajajajajá —murmuró el varitero, rascándose la barba, la nariz, la frente, la nuca y la oreja—. Córtela en cuatro...
—¡No!
—¡Sí!
—¡No!
—¡En cuatro! ¡Y pruébela!
Refunfuñando, el Fabuloso Mago Kedramán cortó la varita en cuatro partes y la probó:
Le pidió un astrónomo.
Aparecieron un as, un astro, un trono y una botella de ron.
Le pidió una comarca.
Aparecieron una coma, un mar, una marca y un arca.
—Ajajajajajá —murmuró el varitero, rascándose la barba, la nariz, la frente, la nuca, la oreja y el cuello—. Ahora córtela en cinco...
—¡BASTAA! —gritó enojado el Fabuloso Mago Kedramán—. No pienso cortar más la varita. ¡Me cansé! —el varitero lo miró asustado—. ¿Sabe qué voy a hacer? Le voy a pedir a la varita que se arregle ella misma.
Kedramán tomó las cuatro partes de la varita y pronunció la palabra mágica: “Protomedicato... protomedicato... ” Después pidió que la varita se arreglara sola.
Hubo como una pequeña explosión y una humareda. Kedramán y el varitero miraron asustados.
Cuando el humo desapareció, el Fabuloso Mago Kedramán y el varitero ya no estaban en la casa de éste, sino en una montaña de Arabia.
Ante ellos había 500 árabes con turbante blanco y un árabe con turbante rojo. El árabe con turbante rojo miró al Mago Kedramán, al varitero, y a los 500 árabes de turbante blanco y dijo:
—Síganme...
Caminaron durante unos minutos hasta que llegaron a un bosque y se internaron en él. De pronto, el de turbante rojo se detuvo ante un gigantesco árbol y dijo:
—Es éste. Este es el árbol de las varitas mágicas. Hay que arrancar una rama, la más alta, y hacer con ella una varita. Enseguida, señalando a uno de los de turbante blanco, le ordenó:
—Sube tú, Abdulito.
El hombre trepó ágilmente hasta llegar a la rama más alta. La arrancó y bajó rápidamente. Después, frotó la rama entre sus manos y se la dio al que estaba segundo en la fila. El segundo frotó la rama entre sus manos y se la pasó al tercero. Y el tercero al cuarto y el cuarto al quinto, hasta llegar al número 500. Cuando el número 500 la terminó de frotar y se la pasó al de turbante rojo, la rama era ya una varita perfectamente pulida y reluciente.
Entonces el árabe de turbante rojo hizo una reverencia y le alcanzó la varita al Fabuloso Mago Kedramán.
No bien Kedramán agarró la varita entre sus manos, volvió a formarse la humareda. Cuando el humo desapareció, los árabes ya no estaban, y el Mago Kedramán y el varitero volvieron a aparecer en la casa del varitero.
—Probémosla —dijo ansioso el varitero.
—No, no hay tiempo —contestó nervioso Kedramán—. Me tengo que ir volando para el circo...
Entonces la varita tembló en las manos del mago e inmediatamente apareció una alfombra mágica.
—¡Es un fenómeno! —exclamó el varitero—. ¡Qué bien la arreglé!
Kedramán se sentó en la alfombra y salió volando por la ventana. Pasó por encima de los edificios de la ciudad y llegó al circo justo cuando el príncipe Patagón lo estaba anunciando. Dio varias vueltas por encima del público y aterrizó en el centro de la pista.
El público gritaba: ¡Genio!
El único problema que tiene desde entonces el Fabuloso Mago Kedramán es que cada vez que le pide a la varita un pan francés, aparece un pan árabe y, si le pide una camilla, aparece un camello. Pero en todo lo demás, no falla nunca.
FIN
Libro: Cuentos del circo. Ricardo Mariño.
Colección: Libros del Malabarista. Ediciones Colihue. 1990.
Tapa del libro: Juan Manuel Lima
Reseña:
La sardina Divina Mastrota sueña con ser una estrella del espectáculo, los tres payasos llegan tarde para salvar a la esposa del equilibrista, al gran mago Kedramán no le funciona la varita mágica, Adalberto, el perro que escribe, comete errores por andar enamorado... cosas buenas y malas que pasan en todos los circos.
Índice:
Carta a los chicos …5
Nace una estrella …11
Tres héroes …21
El árbol de las varitas mágicas …33
Otra del fabuloso Mago Kedramán …47
Ladrando bajo la lluvia …61
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