lunes, 30 de noviembre de 2020

JUANITA DEL MONTÓN

JUANITA DEL MONTÓN, de Silvia Schujer

Así la llamaban en el barrio: "Juanita del montón". No porque hubiera un montón de Juanitas, sino por su colección de montones.

Ninguna cosa le gustaba de a una. Ni de a dos ni de a tres.

De "a muchas" para arriba. Por lo menos, de "a montón".

Ya de chica, a los siete años, se enfurecía porque eran sólo siete y quería tener más.

Entonces sumaba los años de todos sus amigos (los cinco de Manuela, más los siete de Ramón, más los ocho de Susana, más los cuatro de Javier). Y los convertía en un montón.

Y como para juntar un montón de años precisaba un montón de amigos, Juanita era la chica más amigable del barrio.

Ni ella misma sabía cuántos eran. Pero estaba segura de que al menos —los amigos— eran un montón.

Tal vez por eso guardaba con tanto celo un montón de ganas de jugar.

—Porque —decía Juanita— solo teniendo un montón de ganas de jugar puedo encontrar un montón de amigos.

Y, bien, si para sumar aquel montón de años, necesitaba un montón de amigos, y para tener un montón de amigos juntaba un montón de juguetes, lo que a Juanita le hacía falta entonces, era un montón de espacio donde guardarlos.

Convenció a su mamá y a su papá de que fueran a vivir a una casa con un montón de habitaciones. Y cada habitación, con un montón de metros de largo y un montón de metros de ancho.

El problema fue que para limpiar un montón de espacio, se necesitaba un montón de escobas, un montón de trapos y un montón de jabón.

Como se imaginarán, para comprar semejante montón, hacía falta un montón de dinero.

Bien sabía Juanita que juntar tanto dinero le llevaría un montón de tiempo. Así que guardó una a una las hojitas del montón de almanaques. Día a día hasta que los días se volvieron un montón. De tiempo, claro.

Y casi sin darse cuenta, cumplió los dieciséis.

Hizo entonces una fiesta de cumpleaños en la que recibió un montón de regalos. Había preparado un montón de diversiones para que se divirtieran un montón de personas.

Allí descubrió a Joaquín entre el montón de invitados.

Y le pareció el más lindo, más bueno y más divertido que el montón.

Bailó con él toda la tarde. Hasta que la fiesta se acabó.

Al día siguiente, y para no perder su costumbre de amontonar, Juanita se fue a buscar muchos Joaquines para tenerlos en el montón.

Dio un montón de pasos, atravesando montones de calles durante un montón de horas y todo fue inútil.

No pudo encontrar uno sólo que fuera como el Joaquín de su fiesta.

Sintió un montón de tristeza. Y derramando un montón de lágrimas, descubrió que tenía un montón de amor dentro de un sólo corazón.

Y fue al médico para que le diera algunos corazones más.

—Esto es imposible —dijo el doctor—. Para cada persona existe un sólo corazón.

—¿Qué voy a hacer? —se dijo Juanita. Y juntando el montón de palabras que conocía, trató de armar un montón de pensamientos que la ayudaran a encontrar un montón de soluciones para su problema.

Pero sólo se le ocurrió una idea: ir a buscar a Joaquín.

El único Joaquín que conoció.

Lo buscó y lo buscó durante largas noches. Hasta el día en que volvieron a encontrarse. Fue en medio de un montón de alegría en que Juanita y Joaquín se enamoraron. Y, aunque parezca mentira, entregándose un montón de amor, fueron felices un montón de tiempo.


FIN

Cuentos cortos, medianos y flacos, de Silvia Schujer.

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