Ilustraciones de Emilio Urberuaga.
Barcelona, Libros del Zorro Rojo/Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2009. de Julio Cortázar por Marcela Carranza
“Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí
siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas,
hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un
elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con
lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.”
Julio Cortázar
Si es posible escribir y leer las instrucciones para subir
una escalera; para matar hormigas en Roma; o para llorar. Si un pelo puede ser
perdido adrede en una cañería (previo hacerle un nudo para diferenciarlo del
resto) para luego ser buscado por todo el sistema de desagüe de la ciudad. Si
una familia es asidua visitante de los velorios de difuntos desconocidos
(actividad que desempeñan con afán profesional). Si en casa de Jacinto hay un
sillón para morirse que divierte macabramente a los niños y espanta a los
mayores. Espejos en la Isla de Pascua que atrasan y adelantan. Excitantes
metamorfosis de un diario. Gotas que se resisten a caer y gotas que se
suicidan… Y ni hablemos de las historias de los cronopios, los famas y las
esperanzas. Entonces no puede sorprendernos que una de esas historias
delirantes se transforme en un libro para niños. Cortázar juega y ríe, y crea
textos que parecen destinados a horadar toda clasificación; también, por qué
no, las que se empeñan en poner edades a los lectores.
Pero la cuestión parece aún más sorprendente, porque
“Discurso del oso” fue una historia escrita para niños por Cortázar en 1952 que
recién diez años más tarde integraría su libro Historias de cronopios y de
famas. De este modo un texto escrito para niños pasó a ser lectura de los
adultos y cincuenta y seis años después “regresa” a su destinatario infantil
original en esta edición con ilustraciones de Emilio Urberuaga.
Hablar de un libro ilustrado con texto de Cortázar invita a
recordar otra obra del autor: Silvalandia (Buenos Aires, Editorial
Argonauta, 1984). En este librito, difícil de conseguir hoy en las librerías
argentinas, los textos cortazarianos dialogan con los dibujos de su amigo y
tocayo: Julio Silva, autor por otra parte de la portada de Historias de
cronopios y de famas.
Si las criaturas de Silvalandia son coloridas y se
divierten, también sin duda se divierten los artistas que las inventaron, con
sus nombres y sus acciones, y se divierten quienes las miran y las leen. El
lector convocado por ambos artistas es alguien “que franqueará sonriendo la
frontera de Silvalandia donde los aduaneros son azules y no miran nunca las
maletas, solamente los ojos y los labios”
¿Cómo puede describirse Discurso del oso si no es en
ese afán de divertirse, de pasarla bien y divertir a otros que parece recorrer
buena parte de la obra de Cortázar?
El oso de Urberuaga es un oso rojo, intenso, recortado sobre
un brillante fondo amarillo. Un oso que se afirma despreocupado y juguetón en
su naturaleza imposible, onírica. Los colores contrastan, transmiten vitalidad
y dinamismo; como el personaje del texto, gozoso habitante de las escondidas
tuberías de una casa.
Si desde la primera frase el personaje se define a sí mismo
como el oso de los caños de la casa, también es sin duda el oso de este libro a
partir de las ilustraciones, ya que lo vemos transitar por el corte de página
de la portada y apenas asomar su cabeza, enfrentado a otros dos personajes: un
gato negro y un ratón blanco, sus compañeros de correrías, en la página de los
créditos.
“Soy el oso de los caños de la casa,…” Ya sabemos
quién es, no hay nada que preguntar ni objetar. Los osos al parecer anidan en
las cañerías, como habitan bosques y regiones polares. He aquí, incluso la
explicación a esos misteriosos ruidos que por las noches agitan a quienes
pretenden dormir en sus camas. Extraña y tierna metáfora surgida de la realidad
más cotidiana y prosaica. Si los caños se ocultan en las paredes, un oso puede
habitarlos y contemplar desde allí el mundo de las personas. La realidad no es
sólo lo que queremos ver, hay en ella grietas que podemos descubrir, o lo que
es mejor aún, dejarnos descubrir por ellas.
El oso que transita, contempla, disfruta y acaricia, no es
sino un pequeño paréntesis que se abre en la rutina para dar lugar a la
belleza, el misterio y el goce.
Siempre la misma casa, los mismos personajes que repiten sus
rituales: la muchacha del tercero que grita que se ha quemado, pero no, es el
oso que ha sacado su pata por la canilla. La cocinera Guillermina que se queja
de que el aire tira mal, pero es el oso que gruñe a la altura del horno del
segundo y los matrimonios que se agitan en sus camas y deploran la instalación
de las tuberías. Si la repetición brinda lugar a la monotonía, también puede
invitar al juego y la poesía. El discurso del oso que juega, también en el
lenguaje.
Las ilustraciones de Urberuaga transmiten muy bien esa
entrega al goce, al disfrute del oso, ágil, alegre, curioso que resbala por los
caños, sube, baja, desafía las leyes de gravedad. Juego y sensualidad en el oso
que contempla con paradójica lástima a esos seres tan torpes y grandes que no pueden
andar por los caños.
La grandísima alegría de nadar en la cisterna picoteada de
estrellas, una de las imágenes más sensoriales del texto, tiene su correlato en
la ilustración, donde el rojo intenso del oso se sumerge en el azul del agua y
del cielo salpicado por luces nocturnas.
La transformación del texto de Cortázar en un libro con
imágenes permite además un efecto de lectura de lo más interesante. La frase
extiende sus pausas en la contemplación de las ilustraciones a doble página y
en ese necesario movimiento de dar vuelta la hoja. La lectura se torna morosa,
detenida. De este modo la prosa poética de Cortázar se acentúa en el ritmo de lectura
propio del libro de imágenes, aumentando el disfrute del lector. Como quien se
deja acariciar sensualmente por imágenes y palabras.
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