miércoles, 30 de septiembre de 2020

Cuento: " El fantasma asustado " Autor: Ricardo Mariño

En aquel castillo abandonado, vivía una familia de fantasmas desde hacía seiscientos años: el padre, la madre, el hermano mayor y el fantasmita menor, llamado Sabañón, de solo 123 años. Sabañón era bastante miedoso y vivía asustado por las historias de humanos que le contaba su hermano.

La madre explicaba a Sabañón que un humano no puede atravesar paredes ni ver en la oscuridad. En vano trató de hacerle entender que, aunque fueran horribles, los humanos eran incapaces de hacerle daño a un fantasma. Pero igual el pequeño tenía pesadillas.

Así, el día en que apareció en el castillo una verdadera familia de humanos, Sabañón casi se muere del susto.

Los humanos se quedaron a vivir en el castillo y, para Sabañón, comenzó una etapa difícil: vivía aterrorizado, no salía del sótano y hasta empezó a tener problemas de aprendizaje en la escuela de fantasmas.

Hasta que al padre se le ocurrió una idea para alegrar a Sabañón: enseñarle a asustar a los humanos.

El juego empezó a divertir tanto a Sabañón que no pasaba un minuto sin aullar, abrir una puerta o hacer que su cara se reflejara en un espejo.
Durante la noche les retiraba las mantas de la cama, movía una silla o hacía tintinear las copas. Los humanos corrían asustados, y él se mataba de risa. Así les perdió el temor.

Pero claro, los humanos vivían tan atemorizados que comenzaron a decir entre ellos que se marcharían del castillo.

Un día, la mamá le explicó a Sabañón que así como él les había tenido miedo a los humanos, ahora ellos le tenían miedo a él y que los chicos humanos sufrían mucho por eso.

—Tenés razón, mami —le dijo Sabañón—, ¡pero a mí me gusta asustarlos!

—Solo tenés 123 años, querido, pero ya lo vas a entender —le dijo la mamá—. Te doy permiso para que los asustes una sola vez por mes, los días 13.

Desde entonces, el día favorito de Sabañón es el 13. Para ese día prepara sus mejores trucos y hasta invita amiguitos de su colegio de fantasmas. Y los humanos de ese castillo tienen 29 días de tranquilidad por mes y uno de terror.

© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos S.A.
 
Ricardo Mariño / Ilust.: Vanessa Zorn - Imagen cuento: Páginas 12 y 13 © Editorial Puerto de Palos S.A.

 

martes, 29 de septiembre de 2020

LA SOPA DE PIEDRA, Autora deesta versión: Ruth Kaufman. Ilustraciones: Fernanda Cohen


La sopa de piedra

Origen: España
Este cuento creció de tantas personas a las que les gustó prestar sus bocas y orejas para compartirlo.
Así ha viajado primero por toda España y luego donde los españoles quisieron llevarlo.


Ruth Kaufman (Buenos Aires, 1961).
Es poeta y narradora.
Fue distinguida con el Premio Nacional de Narrativa, del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil del Ministerio de Cultura de la Argentina. Junto con Diego Bianki, fundó la editorial Pequeño Editor.

Fernanda Cohen (Buenos Aires, 1979).
Estudió Ilustración en la School of Visual Arts en Nueva York, donde residió doce años. Ilustra para medios editoriales, diseñadores de moda y agencias publicitarias, y ha recibido ochenta premios internacionales.


Hacía horas que venía caminando. Un soldado que volvía a su casa después del fin de la guerra. De pronto, el estómago del soldado crujió de hambre como una puerta vieja. Entonces, al fondo del valle vio un caserío. Aunque apretó el paso y caminó y caminó, llegó a las casas cerca del mediodía.

Toc toc.

El ruido de sus nudillos contra la madera. La puerta se abrió apenas para dar lugar a la cara de una mujer joven y, entre sus rodillas, asomaron los ojos de un niño.

—¿Diga? —dijo la mujer.

—Buenas tardes. Soy un soldado —respondió él, aunque el uniforme hiciera innecesaria esa aclaración.

La mujer agregó:

—¿Sí?

“Tengo que ir al grano”, pensó el soldado; de adentro salía un aroma a guiso que partía el aire.

—Con todo respeto, señora, tal vez tenga usted alguna cosita para mi almuerzo, lo que sea…

—Lo siento, lo siento tanto —lo interrumpió la mujer—, pero no tenemos nada, nada —repetía mientras iba cerrando la puerta—. Nada…nada.


Y la puerta se cerró delante de las narices del soldado.

Él no se desanimó y fue hasta la casa de enfrente.

Toc toc.

Esta vez la puerta se abrió por la mitad. Todo ese espacio fue ocupado por un hombre de la misma edad y altura que el soldado, pero con 50 kilos más.

—Buenas tardes —dijo el hombre.

—Buenas tardes —repitió el soldado.

Se hizo un silencio demasiado largo.

El soldado se apuró:

—Buen hombre, ¿podría darme usted alguna cosita? —Por encima de las palabras se oyó el rugido de la panza del soldado—.
Lo que tenga para acallar el hambre.

—Con gusto le daría —dijo el hombre—, pero se nos han acabado las provisiones.
Mañana, venga mañana… y le daré.



Y la puerta ya estaba cerrada.

El soldado lo volvió a intentar. Le dijeron que no. Que ganas de dar no les faltaban, pero se habían quedado sin alimentos, ni migas de pan debajo de la mesa. Probó una cuarta vez y obtuvo la misma respuesta.

Una mujer joven, un niño, un gordo, una vieja, un viejo. “¡Pueblo de porquería!
¡Ojalá se les sequen los cultivos!, ¡se les mueran todos los animales, les caiga la langosta, el granizo, la sequía!”.



El soldado pensó esas y otras maldiciones. Pero aunque le aliviaron el enojo, no le quitaron el hambre. Entonces se agachó y, sin que nadie lo viera, recogió una piedra. La limpió con la manga de su camisa y la guardó en la mochila. Cruzó el pueblo a pie y golpeó a la puerta de la última casa.

Toc toc.

Detrás de la puerta, una mujer y a su lado, una nena.

—Buenas tardes —dijo el soldado. Abrió la mochila y con suma delicadeza sacó la piedra—. Soy un soldado que viene de lejos. Como es la hora de almorzar pensaba cocinar mi sopa de piedra.


—¿Sopa de piedra? —preguntó intrigada la mujer.

—¿Nunca la probó?

—Jamás.

—No sabe lo que se pierde…Yo le puedo convidar, claro. Solo preciso, si usted es tan amable, una olla con agua y una cuchara larga para revolver.

Mientras la mujer entraba en la casa, el soldado recogió ramas. Luego acomodó piedras en un lugar a la vista de todos.
Encendió el fuego y puso encima la olla con agua. Con mucho cuidado, acarició la piedra, murmuró unas palabras y la puso dentro de la olla. La niña de la casa lo miraba en silencio. El soldado revolvía con la larga cuchara.

—¿Puedo revolver? —preguntó la niña.

—Con mucho cuidado y siempre para el mismo lado.


Ya dos chicos más se habían acercado.

El soldado tomó la cuchara, sacó un poco de agua y la probó. Sonrió.

—¿Está rica? —preguntó un chico.

—No está mal —dijo el soldado—, pero con unas papas quedaría mejor.

—¡Yo tengo! —dijo y salió corriendo para su huerto.

—¡Y yo! —dijo otro que también salió disparado.

Regresaron con dos papas, cuatro zanahorias y una batata que fueron a dar a la olla. El soldado siguió revolviendo. Por el camino se acercaban un viejo y su hija con un bebé en brazos. Los chicos les explicaron que el soldado estaba haciendo la famosa sopa de piedra. El soldado volvió a probar.

—¿Y…? —preguntaron a coro los niños.

—Va muy bien —dijo el soldado—. Muy bien… ¿quizás si le agregamos algo de carne o de gallina?

Esta vez salieron los otros chicos.

Volvieron con sus madres. Las señoras le dieron al soldado media gallina y varios huesos rodeados de carne.



El soldado echó todo en la olla y siguió revolviendo. A su alrededor estaban casi todos los habitantes del caserío. La gente miraba dentro de la olla y comentaba:

—¡Qué bien le quedaría repollo!

Y salían a buscarlo.

—¿Unas arvejas?

—¿Dónde se ha visto una sopa sin apio ni acelga?

Nadie quería ser menos, cada cual traía un alimento, un condimento, un secreto propio de sus mejores sopas.

Un rato después, el soldado levantó la cuchara pidiendo silencio. Revolvió, probó y dijo:

—¡Excelente! Solo le faltan unos granos de sal.


Y como era lo único que llevaba en su mochila, sacó la sal y la echó en la olla.

Entonces invitó a todos a comer. Una señora trajo pan y un señor muy gordo trajo vino. El soldado fue sirviéndoles a todos. Hasta se animaron a un brindis. En el fondo de la olla solo quedó la piedra.

La niña que había llegado primero la miró y pidió:

—¿Me la puedo quedar?

El soldado miró a la niña. Sacó la piedra de la olla. Parecía indeciso. Grandes y chicos se quedaron callados, expectantes.

—Está bien, te la daré. Pero con una condición: nunca comas sola la sopa que hagas con esta piedra.

—Si me permiten —agregó—, aún debo cumplir una tarea—. Y usando varias rodajas de pan, que se comía a grandes bocados, fue limpiando el fondo de la olla.

—Ahora sí —dijo mientras la devolvía a su dueña—. Tenga usted, amable señora, muchísimas gracias.

—Merecidas.

—Yo debo seguir andando—dijo el soldado—, pero les dejo la piedra y la receta.

Con la panza llena y el corazón contento, el soldado volvió al camino que lo llevaba de regreso a casa.



Fin
Brujas, princesas y pícaros
Cuentos clásicos infantiles

SÍNTESIS
Estos cuentos pasan de boca a oreja de mamás, papás, abuelas, tíos y chicos desde hace mucho, mucho tiempo. “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “La princesa y el guisante”, “Pedro y el lobo” y “La sopa de piedra” son historias que los van a acompañar siempre.
Por eso, es importante leerlas una y otra vez hasta que se las sepan de memoria, hasta que se queden dormidos y las sueñen, hasta que se despierten hablando del lobo, de la princesa y de la bruja como si estuvieran ahí.

 

lunes, 28 de septiembre de 2020

CAPERUCITA ROJA, versión: Franco Vaccarini, Ilustraciones: María Elina Méndez

 
 
Caperucita Roja

Origen: Francia
“Caperucita Roja” fue publicado por primera vez en 1697 en versión de Charles Perrault y luego fue reescrito en 1812 por Jacob y Wilhelm Grimm.


Franco Vaccarini
(Lincoln, 1963).
Escribe poesía y narrativa, se ha especializado en obras para niños. Con La pasajera encantada obtuvo la Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes. Ganó el premio El Barco de Vapor con su novela La noche del meteorito. Lleva publicados más de 50 títulos.

María Elina Méndez
(Buenos Aires, 1975).
Es egresada de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires. También estudió fotografía, artes plásticas, escenografía e ilustración. Desde 2011 forma parte de la galería Mar Dulce.



Caperucita Roja



Dicen que hace mucho tiempo vivía una niña a la que todo el mundo adoraba, pero nadie la quería tanto como su abuela. Un día le regaló una caperuza de terciopelo rojo y la nieta quedó tan encantada que le dijo: “No es necesario que me regales nada más, querida abuela, esto es todo lo que yo podría haber soñado”. Y para demostrar con hechos sus palabras, la niña usaba la caperuza todo el tiempo. Cada mañana saltaba de la cama para vestirse con su caperuza y al cabo, todos le decían Caperucita Roja y nadie recuerda ahora su nombre verdadero.

Un día su madre le pidió que llevara un licor dulce y una tarta para la abuela, que vivía a media hora de caminata, en el bosque.



Era la mañana y la expedición no entrañaba peligro alguno, siempre y cuando Caperucita Roja cumpliera con las recomendaciones:

—Recordá no apartarte nunca del camino y…¡cuidado con el lobo! Así llegarás directo a la casa de la abuela. Y volvé antes de que oscurezca.

La niña aceptó los consejos y partió con la cesta. A los pocos minutos ya estaba en el camino del bosque, a buen ritmo y sin distraerse. Iba concentrada en sí misma, pero también disfrutaba los trinos de los pájaros y la fragancia que se expandía por el aire. ¿A qué olía? A lavanda, a romero, a pétalo herido por el aguijón de una abeja, a hoja mordida por las orugas. Y las raíces nudosas rompían la tierra y se volvían a sumergir en la oscuridad. La vida estallaba en el bosque en el apogeo de la primavera. Atrás habían quedado las interminables nevadas, el frío hiriente, los sabañones, las toses y los resfriados. Caperucita comenzó a tararear canciones inventadas con su voz alegre, cuando alguien la interrumpió:


—¡Qué voz tan hermosa tenés, querida!
Lástima que vas tan concentrada en tu canción que ni siquiera mirás lo que hay en el bosque.

—Pero sí que lo miro —dijo Caperucita Roja, sorprendida por aquella voz de caverna.


Y entonces se dio cuenta de que aquel desconocido era el lobo y que acaso no debió haberle dirigido la palabra. “¡Zas! Metí la pata”, se dijo. El lobo era enorme y su hocico húmedo y su gran boca no podían ocultar el tamaño de sus colmillos.
Sin embargo, parecía de lo más amistoso e inofensivo.

—Quizá tengas razón, es cierto. Vas con tus canciones y con eso basta. A propósito… ¿adónde vas?

—A la casa de mi abuela, más allá del árbol gigante con espinas y de los abedules, después del molino viejo, al lado de los tres robles.

Caperucita Roja sintió que estaba hablando de más, pero antes de que pudiera pensarlo mejor, continuó:

—Mi madre me envía para que le entregue a mi abuelita una riquísima tarta y un licor casero que ella prepara y le sale delicioso, aunque yo nunca lo probé porque soy una niña.

Y otra vez se reprobó por tener la lengua tan llena de palabras, pero enseguida el lobo le dijo con un tono casual, mientras miraba alrededor:

—Está bien que vayas por el camino, pero te perdés todo lo bueno del bosque. Podrías internarte por aquí y por allá y juntar un ramo de flores para llevarle a tu abuela. ¿Cuánto puede retrasarte eso? ¡Si acaba de empezar la mañana! Bien, hacé como quieras. Me voy.



El lobo ya había diseñado un plan: adelantarse a Caperucita Roja, despacharse a la anciana y aguardarla en la casa para hacer lo mismo con la pequeña. “Es una niña sonrosada, gordita y jugosa, hummm…”, se relamía.

No bien la sombra del lobo desapareció, Caperucita salió del camino para cortar flores; cuando creía que ya era suficiente, veía unas más lejanas y quería también de esas y el ramo crecía y crecía. Y casi sin darse cuenta se entretuvo un buen rato eligiendo unas y desechando otras.

Entretanto, el lobo llegó a la casa indicada y golpeó la puerta imitando la voz de la niña:

—Abuela, soy yo.

—¡Oh, Caperucita, abrí vos misma el cerrojo, que me siento algo enferma y estoy en cama!


Apenas entró a la casa, el lobo fue directo a la cama y de un solo bocado se tragó a la anciana. Luego, se puso un vestido y un gorro de dormir en la cabeza.

Antes de meterse bajo las sábanas, corrió las cortinas para que el cuarto quedara en penumbras.

Caperucita ya tenía un gran ramillete de flores cuando se dio cuenta de que se estaba demorando demasiado.

—¿Qué estoy haciendo? Todo al revés de lo que me pidió mamá. Ay, pobre abuela, debe tener hambre ya.

Apurada, llegó a la casa. La puerta estaba entreabierta, lo que inquietó a la niña.

—¿Abuela? Soy yo, Caperucita.

—Querida mía, pasá. No me siento bien, estoy en la cama. Solo es necesario empujar la puerta.

Caperucita Roja entró de inmediato y notó que su abuela estaba ligeramente cambiada, con su gorro de dormir y tapada hasta donde nacían las orejas. Descorrió las cortinas para que entrara la luz y… lo que vio la paralizó de miedo.

—Querida abuela… qué cambiada estás.

—Oh, sí, querida nietita, es que me siento tan enferma…

—Pero ¡qué orejas tan grandes tenés!

—¿Lo decís en serio? Serán grandes, pero por una buena causa: son para oírte mejor.

—Y qué ojos tan grandes, abuela.

—Da lo mismo, quiero decir: son para verte mejor.

—Y qué boca tan grande, abuela…

—¡Es para comerte mejor!


El lobo dio un salto y se tragó entera a la niña, tal como un rato antes lo había hecho con su abuela. Tras semejante atracón, volvió a la cama y no tardó en quedarse profundamente dormido mientras roncaba sonoramente.

Un hachero que en invierno se ocupaba de darle provisiones de leña a la abuela, escuchó los ronquidos: “Caramba, ¡cómo ronca la abuela!… ¿estará bien? Algo le pasa”.

Sin más, entró a la casa y vio al lobo en la cama con la panza hinchada y en camisón.

“Maldito, si te habré buscado…”.

Le apuntó con la escopeta, cuando se dijo que a lo mejor la abuela estaba viva. Dejó el arma y con unas tijeras abrió la panza del lobo y enseguida salió Caperucita, aterrada, pero viva.

—¡Qué oscuro estaba todo dentro de la panza del lobo! Hay que salvar a mi abuela, por favor.

El hachero se ocupó de sacar a la abuela con sus propias manos. La anciana estaba casi asfixiada, pero a los pocos minutos se recuperó y se abrazó con su nieta. Caperucita se desprendió un momento de sus brazos para poner piedras en la panza del lobo. El mismo hachero lo cosió y cuando el lobo abrió los ojos y se levantó, quiso caminar, pero estaba tan pesado que se cayó y murió.

El hachero se quedó con el cuero y con el agradecimiento de las dos mujeres y se fue contento de haber hecho una buena acción.



La abuela comió la tarta y bebió el dulce licor, y el día terminó siendo un buen día.



****


Pasó el tiempo, pero no tanto, cuando Caperucita llevaba otra encomienda a la casa de su abuela: una cesta con carne asada. Un lobo de voz edulcorada usó el mismo truco que el anterior.

—Eh, niña. ¡Buenos días!... Fijate qué lindas flores y ni siquiera las mirás… ¡Eh, niña!... Solo quiero saludarte... ¿Llevás carne asada, verdad? ¿Sos Caperucita Roja?
¡Eh, niña, eh!



Caperucita Roja siguió su camino sin siquiera mirarlo y, al contrario, apuró el paso y llegó más rápido que otras veces. Enseguida le contó a su abuela.

—Hubieras visto qué voracidad había en sus ojos, abuela, aunque sus palabras sonaban amables. Yo creo que si me desviaba del camino, me devoraba ahí mismo.

—Cerraremos bien la puerta, Caperucita.

Lo más probable es se haga pasar por vos como el otro.

No pasó mucho hasta que el lobo golpeó la puerta y con voz en falsete, dijo:

—Abuelita, soy Caperucita. Te traigo carne asada.

—Fuera de aquí, sabemos que sos el lobo. Andate o la vas a pasar mal.

El lobo estaba hambriento así que no paró de dar vueltas cerca de la casa hasta que decidió treparse al tejado para esperar la salida de la niña y seguirla luego por el camino.

Pero la abuela, muy atenta, escuchó los pasos en el techo y, advirtiendo sus intenciones, decidió tenderle una trampa. La noche anterior había cocinado salchichas y le pidió a su nieta que vertiera esa agua en una gran fuente de madera casi llena de agua que había frente a la puerta, en el patio. Al mezclarse el agua en que se habían cocinado las salchichas con el de la fuente, el fino olfato del lobo se alertó.

“Humm… ¡qué aroma! Y con el hambre que tengo…”. Estiró tanto el cuello hacia abajo que resbaló del tejado y cayó de cabeza en la fuente, con tan poca fortuna para él que se desmayó y se ahogó.



Caperucita volvió tranquila y cantando a la casa de sus padres y desde entonces no hubo lobo en el bosque que se atreviera a molestarla.



Fin




Brujas, princesas y pícaros
Cuentos clásicos infantiles

SÍNTESIS
Estos cuentos pasan de boca a oreja de mamás, papás, abuelas, tíos y chicos desde hace mucho, mucho tiempo. “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “La princesa y el guisante”, “Pedro y el lobo” y “La sopa de piedra” son historias que los van a acompañar siempre.
Por eso, es importante leerlas una y otra vez hasta que se las sepan de memoria, hasta que se queden dormidos y las sueñen, hasta que se despierten hablando del lobo, de la princesa y de la bruja como si estuvieran ahí.

 

viernes, 25 de septiembre de 2020

La obra de Ana María Shua

Hola chicos!

Como los alumnos de 4to y 5to leyeron "El mejor truco" de Ana María Shua, nos pareció interesante ofrecerles su biografía y algunos títulos por si quieren seguir leyendo textos de esta matavillosa escritora.

Novelas

  • 1980 - Soy paciente, Losada, Buenos Aires (reeditada en 1996 por Altaya, Buenos Aires, y Sudamericana, Buenos Aires)
  • 1984 - Los amores de Laurita, Sudamericana, Buenos Aires (reeditada por Emecé Editores, Buenos Aires, 2006)
  • 1994 - El libro de los recuerdos, Sudamericana, Buenos Aires
  • 1997 - La muerte como efecto secundario, Sudamericana. Buenos Aires
  • 2007 - El peso de la tentación, Emecé Editores, Buenos Aires
  • 2016 - Hija, Emecé Editores, Buenos Aires
  • 2017 - Una y mil noches de Sherezada, Ciudad de México, México

Colecciones de cuentos

  • 1981 - Los días de pesca, Ediciones Corregidor, Buenos Aires
  • 1988 - Viajando se conoce gente, Sudamericana, Buenos Aires
  • 2002 - Como una buena madre, Sudamericana, Buenos Aires
  • 2009 - Que tengas una vida interesante, (cuentos completos), Emecé, Buenos Aires

Cuentos

Microrrelatos

  • 1984 - La sueñera, Minotauro, Buenos Aires (reeditado por Emecé en 2006)
  • 1992 - Casa de geishas, Sudamericana, Buenos Aires
  • 2000 - Botánica del caos, Sudamericana, Buenos Aires
  • 2004 - Temporada de fantasmas, Páginas de Espuma, Madrid14
  • 2009 - Cazadores de letras, (reúne los cuatro anteriores), Páginas de Espuma, Madrid​
  • 2011 - Fenómenos de circo, Páginas de Espuma, Madrid y Emecé, Buenos Aires

Poesía

  • 1967 "El Sol y yo"
  • 1998 "Las cosas que odio y otras exageraciones"

jueves, 24 de septiembre de 2020

Coplas y rimas.... para divertirse y aprender!

Hola!

Sabemos que los alumnos de 2do grado están aprendiendo coplas... 

Recuerdan qué es una copla? Claro!!!!!! Una copla es una escritura poética en versos, generalmente con rima en los versos pares y sin rima en los impares, que se escribe para a ser cantada.

Hoy les traemos algunas más.... a ver si reconocen algunas:




miércoles, 23 de septiembre de 2020

LA MONA JACINTA

 HOLA CHICOS DE 1ERO!

SABEMOS QUE ESTA SEMANA, EN EL PROYECTO "CANCIONERO" ESTUVIERON CANTANDO "LA MONA JACINTA".

AQUÍ LES TRAEMOS LA LETRA DE MARÍA ELENA WALSH, QUIZÁS PUEDEN SEGUIRLA MIENTRAS LA CANTAN.

La mona Jacinta
Se ha puesto una cinta
Se peina, se peina
Y quiere ser reina

Ay, no te rías de sus monerías
Más la pobre mona
No tiene corona
Tiene una galera

De hoja de higuera
Ay, no te rías de sus monerías
Un loro bandido
Le vende un vestido

Un manto de pluma
Y un collar de espuma
Ay, no te rías de sus monerías
Al verse en la fuente

Dice alegremente:
"Qué mona preciosa
Parece una rosa"
Ay, no te rías de sus monerías

Levanta un castillo
De un solo ladrillo
Rodeado de flores
Y sapos cantores

Ay, no te rías de sus monerías
La mona cocina
Con leche y harina
Prepara la sopa

Y tiende la ropa
Ay, no te rías de sus monerías
Su marido mono
Se sienta en el trono

Sus hijas monitas
En cuatro sillitas
Ay, no te rías de sus monerías

 

DATO CURIOSO: ¿SABÍAS QUE MARÍA ELENA WALSH ESCRIBIÓ ESTA POESÍA EN 1960?

Cuento: "Pata de dinosaurio" Autora Liliana Cinetto

EN EL NIDO DE MAMÁ PATA APARECIÓ UN HUEVO GRANDOTE, RARO, DE COLOR GRIS… —SEGURO ES UN HUEVO DE CISNE —DIJO MAMÁ PATA, QUE CONOCÍA DE ME...