viernes, 30 de octubre de 2020

CUENTO: EL SURUBÍ Y EL MAR de ADELA BASCH


Una vez, en un lugar llamado Yacuarebí, se reunieron muchos animales. Uno de ellos dijo así:

–A las palabras se las lleva el viento. ¿Qué les parece si nos encontramos todos los días para contarnos cuentos? Así después el viento se los puede llevar para que anden de lugar en lugar.

El mono fue el que habló así. Y enseguida todos le contestaron:

–¡Sí!

–Yo cuento primero –dijo un tucán que se había puesto un sombrero–. Y todos se sentaron a su alrededor, bastante cerca, para escuchar mejor.


Las palabras empezaron a salir de la boca del tucán, y llegaban a los oídos de todos.

Hubo una vez un surubí que vivía cerca de aquí, en un río llamado Lunces, que como todos los ríos, era de agua dulce.

Un día el surubí fue a visitar a su tío el patí, que vivía bastante lejos y ya se iba poniendo viejo.

Y se enteró de que más allá del Lunces había otro río, muy grande según le dijo su tío.

También supo que ese río tan grande desembocaba en una extensión de agua que le resultaba inimaginable. Se llamaba mar y ocupaba muchísimo, muchísimo lugar. Y además, no era agua dulce como la que él conocía. Era agua salada con olas gigantescas que siempre se movían. Y había muchos peces de distintas formas y colores y barcos que no andaban a remo sino con motores.

El surubí sintió un gran deseo de conocer el mar, algo que para él era totalmente nuevo. Pero apenas se lo comentó a sus amigos, le dijeron que mejor se quitara esa idea de la cabeza, porque nunca iba a poder realizar semejante proeza.

–Nosotros estamos acostumbrados al agua dulce –le dijo la boga–.
No podemos vivir en agua salada. Si te vas al mar, no vas a durar nada.

–El agua salada debe ser horrible –dijo el bagre–. Me parece que es más fea que el vinagre.

–Debe ser cuestión de costumbre –dijo el surubí–. Si es buena para otros peces, ¿por qué no puede serlo para mí?

–Pero nosotros somos peces de agua dulce y siempre vivimos en el Lunces –dijo el dorado–. ¿Creés que es posible habituarse a otro mundo en solo unos segundos?

–Yo tengo un gran deseo de conocer el mar –dijo el surubí–. Debe ser algo muy hermoso, y yo nunca lo vi.

Después, estuvo pensando unos cuantos días. Y finalmente tuvo una idea que le hizo sentir mucha alegría. Le pidió a un marinero que había conocido en la primavera que le llevara toda la sal que pudiera. Se fue a una parte del río donde se había formado un canal, y allí desparramó la sal.

Todos los días iba un rato a las aguas del canal, que ahora eran saladas, se sumergía en ellas y nadaba. Hasta que se acostumbró a estar el día entero, sin que el gusto de la sal le resultara feo.

Entonces sintió que ya estaba preparado. Y un poco un día; y otro poco el siguiente, llegó hasta el mar a nado. Y fue muy feliz de conocer un mundo diferente.





FIN


“El surubí y el mar” de Adela Basch, Editorial Guadal.
© 2004, El Gato de hojalata.


•*¨*•¸¸.•*¨*•..•

 

jueves, 29 de octubre de 2020

LEYENDA DEL OTOÑO Y EL LORO (SELKNAM-TIERRA DEL FUEGO), de Graciela Repún



En Tierra del Fuego, en la tribu sélknam había un joven indio llamado Kamshout al que le gustaba hablar.

Le gustaba tanto, que cuando no tenía nada que decir –y eso era muy notable porque siempre encontraba tema– repetía las últimas palabras que escuchaba de boca de otro.

–Me duele la panza –le contaba un amigo.

–Claro, la panza –repetía Kamshout.

–Miremos este maravilloso cielo estrellado en silencio –le sugería una amiga.

–Sí, es cierto. Mirémoslo en silencio. ¡Es verdad! ¡Está hermoso!

Y es mucho más lindo así, cuando uno lo mira con la boca cerrada, ¿no es cierto? –respondía Kamshout.

–¡No quiero escuchar una palabra más! –gritaba, de vez en cuando, el malhumorado cacique–. ¡En esta tribu hay indios que hablan demasiado!


–Una palabra más; ¡demasiado!... –repetía Kamshout.

Por su charlatanería, toda la tribu sintió su ausencia cuando un día, como todo joven, tuvo que partir.

–Kamshout se ha ido a cumplir con los ritos de iniciación –comentaba alguno.

–¡Lo sé! –respondía otro–. Ahora puedo oír cantar a los pájaros.

–Yo escucho mis pensamientos –decía alguien más.

–Yo, el ruido de mi estómago –decía otra.

–Yo lo extraño –decía una. Pero enmudecía inmediatamente, ante las miradas de reprobación de los demás.

Y pasó el tiempo. Tiempo de silencio y también de soledad.

Y Kamshout regresó.

Y las aves al verlo emigraron porque, ¿para qué cantar donde nadie puede escucharte?

Kamshout regresó maravillado. No podía olvidar su viaje y repetía a quien quisiese oírle (pero más a quien no) que en el Norte, los árboles cambian el color de sus hojas.

Les hablaba de primaveras y otoños.

De hojas verdes, frescas, secándose lentamente hasta quedar doradas y crujientes.

(Y los que lo oían imaginaban, tal vez, un pan recién sacado del fuego.)

De árboles desnudos.

(Y los que lo escuchaban se horrorizaban de semejante desfachatez. ¡Si sólo andaban desnudos animales y hombres!)

De paisajes dorados, amarillos y rojos.

(Y los obligados oyentes miraban sus pinturas para poder imaginar mejor.)

De caminos hechos de hojas que crujían, coloreadas de dorado, amarillo y rojo, provenientes de árboles que se desnudaban.

¡Y semejante falsedad cerraba todas las posibilidades de imaginación!

Porque era demasiado esa combinación de sensaciones y de mentiras.

Ya en la tribu, todos creían que Kamshout estaba inventando un poco.

¿Qué era esa tontería de decir que los árboles no tienen hojas eternamente verdes?

¿Qué quería decir “otoño”?

¿Quién iba a tragarse el cuento de que los árboles pierden su follaje y luego les brota otro nuevo?

El descreimiento general enojó a Kamshout.

Lo enojó muchísimo. Muchísimo.

Lo hizo poner colorado de odio, le salieron canas verdes.

Desesperado por convencerlos de que decía la verdad, Kamshout contó lo mismo infinitas veces, sin parar.

Día y noche, sin parar. Segundo tras segundo, sin parar. Hasta que sus palabras se fueron encimando unas con otras y se convirtieron en un extraño sonido.

La tribu trataba de esquivarlo.

Por hacerse los que no lo veían, por jugar a ignorarlo, no vieron, en serio, su prodigiosa transformación: Kamshout se convirtió en un loro gordo.

Recién lo notaron cuando escucharon que les hablaba desde los árboles.

¡Era él! ¡Ese pájaro era él!

No había duda. Era su voz, que ahora sólo decía: kerrhprrh, kerrhprrh... hasta el cansancio.

Kamshout volaba sobre las hojas, y al rozarlas, las teñía del color de sus plumas.

De pronto, una hoja cayó.

Corrieron a verla, a levantarla. La palparon y la volvieron a dejar en el suelo. Entonces, la pisaron.

La hoja, matizada de dorado, amarillo, rojo, crujió bajo sus pies.

–¡Es verdad! –dijeron–. ¡Todo era verdad! ¡Kamshout no nos mintió!

Pero Kamshout no respondió. Se había ido muy lejos. Dicen que acompañado por su amiga y enamorada.

La tribu quedó más en silencio que nunca.

Recién en la primavera, cuando las hojas volvieron a cubrir las ramas erizadas de frío de los árboles desfachatadamente desnudos, volvió Kamshout, acompañado de su compañera y de sus hijos.

Eso dicen algunos.

Otros dicen que los que vinieron eran sólo un grupo de loros haciendo kerrhprrh sin cesar desde las copas de los árboles.





FIN


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Vocabulario: kerrhprrh: loro; grito de esa ave.

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GRACIELA REPÚN: Escritora argentina nacida en Buenos Aires, ha publicado cuentos, obras de teatro, poesía, biografías, libros de leyendas y novelas. Es coordinadora de talleres de escritura y entre sus numerosas obras se encuentran El mar está lleno de sirenas, Lo scopro, Tolkien para principiantes, Ojo al piojo con estos colmos, ¿Quién está detrás de esa casa?, El príncipe Medafiaca, y Familias. Recopila leyendas y poesías tradicionales para la Biblioteca Imaginaria.

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“Leyenda del otoño y el loro” de Graciela Repún. En Leyendas Argentinas. Grupo Editorial Norma. 2001. © Graciela Repún © Editorial Norma S.A.
Ilustraciones: Mónica Pironio

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miércoles, 28 de octubre de 2020

¿Vieja o viejas...?

¡HOLA CHICOS! 

ESTA VEZ, ESTUVIMOS REFLEXIONANDO SOBRE LA ESCRITURA DE LAS PALABRAS CUANDO CAMBIAN LAS CANTIDADES.... O SEA: CÓMO SE ESCRIBE CUANDO NOMBRAMOS A UNA VIEJA, O CUANDO HAY MÁS...


 RECUERDEN QUE PUEDEN VER LOS VIDEOS ANTERIORES, HACIENDO CLIC AQUÍ.

Dato curioso:

¿Sabían que algunas palabras NO cambian y se escriben igual para nombrar una o varias cosas? Aquí te dejamos algunos ejemplos:

CARIES - VIRUS - ABRELATAS - AGUAFIESTAS - BUSCAVIDAS - CASCARRABIAS - CUMPLEAÑOS - ESPANTAPÁJAROS - GUARDAESPALDAS - PARAGUAS - QUITAMANCHAS - ROMPECABEZAS - SACACORCHOS - SACAPUNTAS - TRABALENGUAS ....

O sea, podríamos decir:

TENGO UNA CARIES.

TENGO TRES CARIES.

martes, 27 de octubre de 2020

LEYENDA DEL HUECO DEL DIABLO, de LAURA DEVETACH


Cuentan que el diablo estaba harto de navegar encerrado en una botella. Pero esperaba que se le diera la buena porque sabía que siempre que llovió, escampó.

Y así fue. Un día la botella se hizo pedazos en una roca y el diablo salió como loco haciendo tumbacabezas.

Enseguida se puso a buscar un buen lugar para vivir. Era pretencioso y haragán, quería verlo todo desde arriba y que lo transportaran, lo cuidaran.

Cuando vio pasar a la hermosa muchacha, no dudó más. Se le prendió como un abrojo en el pelo. Imposible de desenredar. Se acomodó muy contento sobre la espalda y así andaba, de patas cruzadas.

Criticaba todo lo que veía, decía groserías a los demás y se tiraba pedos con el mayor desparpajo.

La muchacha vivía llena de rabia y de vergüenza, sin poder sacárselo de encima. Trató de ocultarlo, de esconderse, de parar el planeta, pero todo fue inútil.

El diablo le comía la comida, le enturbiaba el agua y se le metía en los sueños.

Entonces la muchacha decidió hacer huelga de soledad. Se recluyó durante mucho tiempo dispuesta a no comer ni hacer nada de nada.


El diablo se las vio feas porque si había algo insoportable para él era el hambre. Tuvo tanta hambre que le crujía el estómago y, berreando lastimeramente, se lo contó a la muchacha.

Le contó que tenía un hueco en el estómago. Un hueco que le dolía mucho.

—Ay Ay Ay —dijo ella—. Veremos qué se puede hacer.

Y se puso a pensar durante un rato largo.

—Hay que vomitar —dijo por fin—. Vomitá, vamos.

El diablo se puso los dedos en la garganta con temor. Entre arcadas, vomitó sobre la tierra.

Ella miró con gesto de asco y vio que había vomitado el hueco. Era un círculo hondo, muy hondo, la boca de una bolsa sin final. La pura oscuridad.

Miró al diablo. Estaba pálido, pero daba ínfimas señales de reponerse con celeridad de diablo.

Ella pensó que no había tiempo que perder.

Venciendo el miedo se asomó al hueco y miró muy interesada. —Así debe ser estar ciego —se dijo aturdida por lo oscuro.

El aturdimiento le dio la idea. Miró al diablo de reojos.

—Oh —gritó, fingiendo sorpresa.

—¿Qué? —preguntó el diablo, inquieto.

—Hay... se ve...

Su voz temblaba y sintió que la tensión la hacía balancearse en el borde. Pero bien valía la pena el riesgo.

—Nunca me imaginé —siguió diciendo mientras se inclinaba hacia el hueco—. Nunca, nunca me imaginé que vería esto.

—¿Qué? —dijo el diablo inquieto—. ¿Qué ves en mi hueco? —y se precipitó hacia el borde como queriendo proteger todo lo que allí existía.

Entonces ella se plantó sobre la tierra y con las palmas de las manos ensanchadas para que no le fallaran, dio un golpe firme sobre el diablo y lo perdió para siempre.

El llanto le surgió a borbotones y sin permiso, salpicó al hueco. Y la tierra volvió a quedar áspera y tersa como de costumbre.



FIN ✿◕‿◕✿


Extraído, del libro Se me pianta un lagrimón / Pobre mariposa (Buenos Aires, Ediciones del Cronopio Azul, 1994. Colección Frente y dorso)


 

lunes, 26 de octubre de 2020

MITOS GRIEGOS " LA TIERRA YA ESTÁ HECHA "

 
Adaptación de Cristina Gudiño Kieffer
Ilustrado por: Ayax Barnes


Todo negro, todo sucio, todo mezclado y todo feo.

Así era el reino del Caos.

En aquel mundo, el Cielo y la Tierra estaban bien revueltos y mezcladitos.

Como no había luz, no se veía nada.




Y tampoco se podía caminar muy bien, porque las montañas se interponían a cada momento.

Y los arroyos jugueteaban caprichosamente por donde se les ocurría.

Mientras todo era así, o sea mientras el Caos reinaba, nadie estaba cómodo. Y menos la Naturaleza, que era el orden en persona.




Ella, que siempre soñaba cosas lindas, no podía ver nada que estuviera en desorden.

Soñaba que el Sol se levantaba y se acostaba temprano, que los peces se quedaban en el agua haciendo burbujas, y que el aire se ponía bien transparente y fresquito.

¡Pero todo era un sueño!

Y por eso, porque el Caos era desordenado y desprolijo y porque la Naturaleza era ordenada y limpia, siempre estaban peleándose.


!–¡Un lugar para cada cosa! ¡Y cada cosa en su lugar! –chillaba la Naturaleza.

–¡Déjame tranquilo! ¡Soy desordenado porque me gusta y no me importa nada de nada! –le contestaba el Caos, gritando.

–¡Cabeza dura!

Pero la Naturaleza estaba cansada, realmente cansada.

– ¡Voy a poner orden en este mundo! –gritó–. ¡Y se acabarán para siempre los líos


Como sabía que el Caos era muy poderoso y muy fuerte, fue a pedir ayuda a los gigantes, que estaban siempre juntos.

No porque se quisieran demasiado, sino porque así era más cómodo.

Como “gigantes” les parecía una palabra muy vulgar, se hacían llamar Titanes. Y así se sentían más importantes.



La Naturaleza golpeó en la puerta y los gigantes corrieron a abrir.


Cuando vieron que era ella se pusieron muy contentos, contentísimos, porque casi todo el mundo les tenía miedo y nadie los visitaba.

–¡Qué suerte que viniste! –gritaron.


Y salieron los tres en busca del Caos, dispuestos a destronarlo.

Cuando llegaron al reino del Caos, el mal olor, la oscuridad y el alboroto los hicieron tambalear.

Empezaron a trabajar, aprovechando que el Caos estaba dormido.

Los tres empezaron a removerlo todo, y no dejaron de estornudar ni un instante de tanto polvo que levantaron y de tantas cosas que iban cambiando de un lugar a otro.

Enchufaron el Sol, que bien instalado dio muchísima luz durante el día.

Colgaron las estrellas y la Luna, para que se diviertan iluminando la noche, que es tan negra.

–¡Queda mucho más lindo que en mis sueños! –suspiraba la Naturaleza, pasando el plumero por el mundo, limpito ya y ordenado.

Terminaron a tiempo. Pues, cuando acababan de encender la última estrellita en lo más alto del Cielo, un enorme bostezo los sobresaltó.


Era el Caos, que se despertaba.

Abrió un ojo y lo cerró, porque no pudo creer lo que veía.

Para convencerse, tuvo que abrir los dos.

¡El espectáculo era tan sorprendente!


En lo alto del Cielo, como un verdadero rey, estaba el Sol.

El mar era azul, y toda el agua de los ríos se volcaba en él.

El aire estaba por todas partes, refrescando las plantas, que crecían lozanas. Los pajaritos cantaban y una nube de mariposas se puso a dar vueltas alrededor de la cabeza del Caos, que abría la boca de puro asombro.

–¿Qué significa esto? –consiguió rugir finalmente.

–¡Significa que las cosas son como deben ser! –dijo la
Naturaleza, tomando la palabra.

–¡El mundo está muy feo! –gritó el Caos–. ¡No hay viento mezclado con lluvia y fuego, ni oscuridad mezclada con luz, ni ruido, ni alboroto por ninguna parte!

–¡Eso es lo feo! –le replicó la Naturaleza–. ¡El mundo está ordenado ahora y eso significa que has sido vencido!

El Caos no tuvo más remedio que aceptar su derrota.
Pidió la jubilación enseguida, pero aún la está tramitando. Y mientras la espera, duerme en el fondo de un volcán apagado.

Sin que ya casi nadie se acuerde de él.


La Naturaleza y los Titanes siguieron perfeccionando su obra.

Mientras aquella se dedicaba a retocar los últimos detalles, a Epimeteo se le ocurrió dar a cada animal una virtud diferente.

Y Prometeo, por su parte, decidió dar una sorpresa a sus amigos y compañeros de trabajo. Una gran sorpresa.

Los animales formaban fila delante de Epimeteo.

Desde el inmenso elefante hasta el pequeño ciempiés, todos estaban allí. Y Epimeteo les daba a cada uno un regalito.




Al tigre la fiereza, que le quedaba muy bien, con su piel a rayas amarillas y negras.

A la araña la paciencia, para tejer aquella tela suya, tan fina y delicada.

Al picaflor la belleza, para que todos lo miraran y pensaran que era como una flor que vuela.

Al ciempiés la constancia, para que se acostumbrara a pasear con todas, todas sus patitas, que eran tantísimas.

Al elefante le otorgó las grandes orejas, para que se abanicara, porque tenía que vivir en regiones calurosas.

Al canguro una bolsita, donde acunar a sus hijitos.

Al perro fidelidad.

Al gato elasticidad.

Al murciélago alitas de paraguas.


Para todos, absolutamente para todos, un regalo particular.

Y cuando se le habían terminado los regalos, llegó Prometeo con la sorpresa.

¡Pero qué sorpresa!

Porque había inventado algo genial: ¡EL HOMBRE!


No se parecía a ningún animal conocido. ¡No tenía cuatro patas, ni piel cubierta de pelos, ni colmillos feroces!

Pero tenía, en cambio, la cabeza alta y dos ojos luminosos para mirar a lo lejos y a lo alto, para mirar al Cielo.

Y una enorme inteligencia, que lo hacía más fuerte que cualquier animal que hubiera en el mundo.

Y todos celebraron el invento y aplaudieron al inventor.

Pero la que más contenta se puso con la sorpresa de Prometeo fue la Naturaleza, porque desde aquel mismo día el Hombre colaboró con ella para que el Caos no volviera a molestar nunca más.






Cristina Gudiño Kieffer
Argentina, 1946.
Vive en Buenos Aires. Es autora de cuentos para chicas y chicos y colaboró en la redacción de enciclopedias infantiles.
Sus relatos fueron publicados en la Argentina, España y México. En el CEAL, para la colección Cuentos de Polidoro, adaptó y escribió: La tierra ya está hecha, Teseo y el Minotauro, Pandora, Las aventuras de UIises, La flecha mágica, y la serie de Don Quijote, entre otros.

Ayax Barnes
Argentina, 1926-1993.
Dibujante e ilustrador. Si bien la mayor parte de su tarea se concentró en libros infantiles, elaboró también afiches, papelería, envases y arte de discos. Trabajó en dos colecciones fundantes de la literatura infantil de América Latina: Cuentos de Polidoro y Los Cuentos del Chiribitil, y en la enciclopedia El Quillet de los niños, dirigida por Beatriz Ferro. Junto a su compañera, la escritora Beatriz Doumerc, publicó más de veinticinco obras, entre ellas La línea, que recibió el premio Casa de las Américas en 1975. Creó, junto a Beatriz Ferro y Oscar Díaz, el logo del elefante para la colección del CEAL.


 

viernes, 23 de octubre de 2020

Ricardo Mariño: El peor nieto del mundo

Cuento: El peor nieto del mundo

Era un anciano delgado, con muchas arrugas, que parecía estar siempre sonriendo. Se llamaba Lu-sin, vivía solo en un pequeño departamento y se aburría mucho porque todos los días hacía lo mismo. Cada día Lu-sin se levantaba temprano, leía el diario, daba una vuelta por la plaza, se preparaba comida, dormía la siesta, miraba televisión, cenaba y se iba a dormir.

Hasta que una mañana, al abrir el diario, leyó un aviso que le interesó: “Nieto desea adoptar abuelo”. Como la dirección era cerca de su casa, decidió presentarse.

Lo primero que le llamó la atención fue que en la cola para ofrecerse como abuelos había muchas personas. Lo segundo, que cada uno que entraba a la casa, enseguida salía apurado, con expresión de desagrado.

Lu-sin era el último de la cola y, cuando le tocó entrar a la casa, era ya de noche. La mujer que lo atendió era joven, pero parecía muy cansada. Le dijo que pasara y tomara asiento. Lu-sin pasó...

—Mi hijo necesita un abuelo y no tiene —dijo la mujer—. Pero todos los que se presentaron... bueno, se fueron, salieron apurados, corriendo, corriendo despavoridos —explicó medio avergonzada.

—¿Y dónde está la criatura? —preguntó amablemente Lu-sin.

En ese momento, Lu-sin vio que una torta venía volando en dirección a su cara, al tiempo que un chico con expresión de enojo se asomaba y decía:

—¡Acá está la criatura!

Con un ágil movimiento, Lu-sin tomó la torta cuando ya estaba por estallar contra su cara.

—Gracias por convidarme —dijo Lu-sin, chupándose los dedos—. ¿Cuál es tu nombre?

—Tobías —respondió el chico, enojado.

Lu-sin, Tobías y su mamá decidieron probar una semana, a ver si los tres se llevaban bien. Lu-sin dijo que regresaría a la tarde siguiente para llevar a Tobías a la plaza.

Esa tarde, Tobías enjabonó el piso para que Lu-sin se cayera al entrar. Pero el viejo Lu-sin hizo increíbles piruetas patinando sobre el jabón sobre un solo pie y dejó maravillado al chico.

Al otro día, Tobías arrojó por el balcón una zapatilla. El calzado quedó enganchado en un cartel pasacalles. Lu-sin se paró sobre la baranda del balcón, caminó por la soga del cartel, recogió la zapatilla y regresó al departamento.

Pese a eso, el chico no dejaba de mirarlo con enojo. Las trampas de Tobías siguieron, pero Lu-sin lograba salir airoso. La última noche de la semana de prueba, Tobías se sentó sobre la mesada de la cocina y comenzó a tirarle platos a Lu-sin. Lu-sin no solo los fue tomando en el aire, sino que a cada plato lo ponía a girar sobre sus pies, su cabeza o sus manos.

Cuando se terminaron los platos Tobías se quedó como paralizado de asombro. Lu-sin dijo entonces que se tenía que ir. Que lamentaba no poder ser un buen abuelo adoptivo para él, pero que igual le agradecía haberle hecho recordar la época en que trabajaba en el circo chino.

Entonces Tobías se acercó a Lu-sin, lo tomó de la mano y, con una sonrisa, le dijo que se quedara a cenar, que lo aceptaba como abuelo y que quería aprender a ser artista de circo.

—¿Es difícil ese truco de los platos?

—No tanto —sonrió Lu-sin—, aunque hay que practicar mucho. Al principio algunos platos se rompen...

A la mamá se le escapó una lágrima, y los tres se abrazaron.


© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos S.A.
Ricardo Mariño / Ilust.: Vanessa Zorn - Imagen cuento: Páginas 25, 26 y 27 © Editorial Puerto de Palos S.A.

jueves, 22 de octubre de 2020

Espacios rurales... parte 2

Hola!

En el posteo "Espacios rurales... parte 1", vimos imágenes de diferentes espacios en los que podían observarse los cambios producidos por las personas.

Las personas modifican los ambientes naturales para mejorar sus condiciones de vida. Para ello realizan distintas construcciones de acuerdo a sus necesidades. En esas las fotos se ven: casas y otros edificios, postes de luz, caminos, juegos y cultivos. El ambiente también se modifica para la producción de alimentos o materia prima para elaborarlos. 

En nuestro país se producen alimentos muy variados. ¿Saben de dónde provienen las frutas y las verduras que comen? 


Te contamos la historia de Juan:

Juan tiene 8 años y vive con su familia en Módulo, en la provincia de Jujuy. Como la mayoría de la gente del lugar, su familia trabaja criando cabras y algunas vacas. Su mamá también cultiva maíz y papas que les sirven de alimento.

Con sus vecinos intercambian su ganado por tejidos (mantas y ponchos) o piezas de alfarería (ollas para cocinar). Una vez al año van a Tilcara para vender algunos animales y comprar lo que necesitan: sal, azúcar, vino, arroz o alguna golosina. Juan, como todos los chicos de la zona, va a una escuela rural. Para llegar, camina entre los cerros.

La mamá de Juan pasa mucho tiempo hilando lana mientras camina detrás del ganado o mientras vigila que no se le queme la comida. Varias veces por año, su papá trabaja en la cosecha de algodón o en la de la caña de azúcar (la zafra).

(Adaptado de cuaderno para el aula. Ciencias sociales 1, Buenos Aires, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2007, pp. 46/47).

Como pueden ver, en nuestro país se produce mucha variedad de alimentos. Esas producciones pueden ser para vender y para que las familias que las producen se alimenten.

miércoles, 21 de octubre de 2020

¿La vieja o el viejo...?

¡HOLA CHICOS! 

EL OTRO DÍA REFLEXIONAMOS JUNTOS SOBRE LA ESCRITURA DE LA PALABRA VIEJA (ver video haciendo clic aquí).

HOY COMPARTIMOS OTRA REFLEXIÓN SOBRE ESCRITURA DE PALABRAS: 

Ante la duda, siempre podemos consultar en un diccionario si una palabra es femenina o masculina, con solo buscar la palabra, ya que allí se indica elnero de las palabras.

Si no tienen en casa un diccionario, pueden consultar diccionarios on line. Aquí les dejamos algunos:

- Real Academia Española
- Diccionario de sinónimos y antónimos
- Diccionario en inglés español

lunes, 19 de octubre de 2020

Espacios rurales... parte 1

Hola chicos!

Seguramente, algunos de ustedes conocen espacios rurales. 

Estos lugares están menos transformados por la acción de las personas que las ciudades. Por eso en esos espacios podemos reconocer más elementos de la naturaleza. 

Por ejemplo: la vegetación, los ríos, los árboles. 

Ahora, miren con atención las siguientes fotos.

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Miremos la imágenes y pensemos un momento: ¿Qué elementos naturales reconocemosn en las fotos? ¿Qué cosas del paisaje fueron modificadas por las personas?

¿Una ayudita?

https://cdn.continuemosestudiando.abc.gob.ar/uploads/4718fede-2cd9-464a-9cf3-232e38e0ea51.png

1. Cultivos de soja.
2. Arbustos que rodean el cultivo.
3. Juegos infantiles.

https://cdn.continuemosestudiando.abc.gob.ar/uploads/9d3cc364-de8c-4453-b908-a28ca16848db.png

1. Cultivos.
2. Camino.
3. Postes de luz.
4. Casas y alambrado.
5. Otras construcciones y caminos.

¿Encontraron alguna otra? Si quieren, pueden anotarla en la opción "Comentarios" al finalizar este posteo.

Seguiremos publicando información sobre este tema.

viernes, 16 de octubre de 2020

SERAPIO SAPO de Horacio Alva



Serapio se contagió de una extraña enfermedad y ha olvidado que es un sapo.Solamente los abuelos sapos pueden sanarlo, pero antes deben encontrarlo y evitar que siga metiéndose en problemas.


LA HISTORIA DE SERAPIO SAPO NO SE PARECE EN NADA A OTRAS HISTORIAS DE SAPOS, DE RANAS O DE ALGÚN ANIMAL PARECIDO QUE ANDE POR ALLÍ. ES QUE A VECES SERAPIO SE COMPORTA COMO UN SAPO MUY POCO SAPO.

BUENO, DICHO ASÍ PARECE UN TRABALENGUAS, PERO SI SIGUEN LEYENDO ESTE CUENTO SE VAN A DAR CUENTA QUE NO ES UN CUENTO LO QUE LES CUENTO.

USTEDES SE PREGUNTARÁN SI SERAPIO TIENE COLOR DE SAPO... SÍ, CLARO, VERDE SAPO.

¿Y CAMINA COMO UN SAPO? NO SÓLO ESO: ¡SALTA COMO UN SAPO!

¿Y CANTA “CROAC CROAC” A LA LUZ DE LA LUNA? POR SUPUESTO, COMO TODOS LOS SAPOS.

ENTONCES NO QUEDAN DUDAS: SERAPIO SAPO ES UN SAPO BIEN SAPO.

BUENO, OJALÁ ESTE CUENTO FUERA MÁS SENCILLO DE LO QUE PARECE, PERO LA VERDAD ES QUE HAY UN PROBLEMA BASTANTE SAPO… ¡PERDÓN!... QUISE DECIR BASTANTE SERIO EN ESTA HISTORIA. Y ES NADA MÁS Y NADA MENOS QUE EL MISMO SERAPIO.

SUCEDE QUE SERAPIO SUFRE DE UNA EXTRAÑA ENFERMEDAD LLAMADA POCOSAPOYONOSEPO.

ESTA ENFERMEDAD, QUE SÓLO CONTAGIA A UN SAPO DE CADA UN MILLÓN, HACE QUE EL POBRE SAPO ENFERMO SE OLVIDE QUE ES UN SAPO Y COMIENCE A ACTUAR COMO CUALQUIER ANIMAL QUE SE CRUCE EN SU CAMINO.

CLARO, PENSARÁN QUE NO ES TAN GRAVE.

PERO NO HAY COSA MÁS PELIGROSA EN EL MUNDO ENTERO QUE UN SAPO CUANDO OLVIDA QUE ES SAPO. Y SÍ, A VECES SERAPIO PIENSA QUE ES GORRIÓN, OTRAS VECES GATO. POR ESO NO ES EXTRAÑO VERLO HACIENDO NIDOS EN LOS ÁRBOLES O MAULLANDO DE NOCHE SOBRE UN TEJADO. O PEOR AÚN: METIÉNDOSE EN PROBLEMAS CON EL PERRO DEL VECINO.

PERO POR SUERTE PARA SERAPIO EXISTE UNA MEDICINA CASERA QUE PREPARAN LOS ABUELOS SAPOS LLAMADA SOPACINA DE SAPOLOCO. ESTE MÁGICO REMEDIO, MEZCLA DE RAMITAS SECAS Y MIEL DE SAPO… ¡PERDÓN!... MIEL DE ABEJAS, SANA PARA SIEMPRE A LOS SAPOS QUE SUFREN DE ESTA RARA ENFERMEDAD.

Y SANTO REMEDIO, NO HAY SOPA, DIGO SAPO, QUE SE RESISTA A LA BUENA SOPACINA QUE LOS ABUELOS SAPOS SABEN PREPARAR LAS NOCHES DE LUNA LLENA A ORILLAS DE LA LAGUNA.

FUE ASÍ QUE UNA MAÑANA EMPEZARON A BUSCAR A SERAPIO SAPO. SE IMAGINARÁN, NO FUE FÁCIL ENCONTRARLO, YA QUE HABÍA ESTADO VOLANDO DESDE MUY TEMPRANO CON LOS TEROS QUE VIVEN EN EL CAMPO. Y LUEGO, COMO SI ESO FUESE POCO, COMENZÓ A LLEVAR HOJITAS HACIA UN HORMIGUERO. CLARO, LAS HORMIGAS LO MIRABAN ASOMBRADAS. “ESTE SAPO ES DE OTRO POZO”, COMENTARON.

PERO VOLVIENDO AL SAPO Y SIN DEJARNOS LLEVAR POR OTRAS CUESTIONES, ESA NOCHE LOS ABUELOS SAPOS LE DIERON A SERAPIO LA SOPACINA. SERAPIO, MIENTRAS TANTO, PREGUNTABA PARA QUÉ ESE REMEDIO, SI ÉL ERA UNA LECHUZA, POR LO QUE FUE BASTANTE DIFÍCIL CONVENCERLO.

DE TODAS MANERAS Y LUEGO DE UN SAPO... ¡PERDÓN!... QUISE DECIR LUEGO DE UN RATO, SERAPIO ACEPTÓ Y TOMÓ DOS GOTITAS.

PRONTO SE SINTIÓ MEJOR, PERO COMO ESTABA MUY CANSADO DECIDIÓ PONERSE A DORMIR SOBRE UN PÉTALO DE ROSA QUE FLOTABA EN EL AGUA.

Y A LA MAÑANA SIGUIENTE, CUANDO SE DESPERTÓ, SERAPIO COMENZÓ A CANTAR “CROAC CROAC” SIN PARAR JUNTO A OTROS SAPOS. LUEGO, DE UN SALTO, SE ZAMBULLÓ A LA LAGUNA Y NADÓ DURANTE TODO EL DÍA COMO UN SAPO, COMO UN VERDADERO SAPO, COLOR VERDE SAPO.



FIN

Horacio Alva, escritor bahiense que desde hace varios años desarrolla –con el auspicio de la Cooperativa Obrera– encuentros narrativos en establecimientos educativos y bibliotecas populares de toda la región, nos ofrece otro de sus cuentos infantiles.

 

jueves, 15 de octubre de 2020

LA PRINCESA Y EL GUISANTE Autora de esta versión: María Cristina Ramos Ilustraciones: Cynthia Orensztajn

La princesa y el guisante

Origen: Dinamarca
Si bien versiones de este relato se vienen contando hace mucho tiempo, el primero que lo escribió y lo publicó fue Hans Christian Andersen en 1835.


 

 

María Cristina Ramos (Mendoza, 1952). Es profesora de Literatura. Ha escrito y publicado cerca de 20 libros. Su obra ha sido distinguida por las delegaciones de IBBY de México y Argentina (ALIJA). Ha sido candidata al Premio Christian Andersen por la Argentina. Fundó la editorial Ruedamares.
Cynthia Orensztajn (Buenos Aires, 1973). Estudió Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires y se desempeñó en esta tarea en varios estudios de diseño y agencias de publicidad. Se formó como ilustradora en los talleres de Mirella Musri, Claudia Legnazzi, Edgard Ródez e Istvansch. Ha ilustrado numerosos libros infantiles.
 
 
Esta es la historia de una princesa y un guisante. Todo guisante es una semilla; toda semilla es un pequeño mundo.
En las semillas todo es posible, en su interior se puede bailar, volar y vivir en el corazón de una flor. En sus veredas redondas crece la primavera, pero muchos de sus caminos dan al invierno.
El invierno de las semillas es un paisaje inmóvil, sin color ni viento. A veces desde la semilla llegan voces, gotas de conversaciones. Son los seres que alguna vez entraron en ellas y no han encontrado todavía la puerta para regresar.

Todo esto sabía la princesa, que venía abriéndose paso en la tormenta; tenía que llegar al palacio que estaba en la cima de la montaña.


En ese palacio, que veía ya a través de la lluvia, vivía un príncipe en edad de casarse. Ella lo había cruzado varias veces en los caminos y se había vuelto a mirar su espalda de gigante desorientado, sus pasos de solitario.

Era el príncipe del Reino de Nomeolvides, y sus padres, ya ancianos, querían que se casara para que continuara con el reinado.

—Queremos que elijas a una verdadera princesa —le habían dicho. Él, no del todo convencido, fue llevando a palacio a las jóvenes más bellas de las cercanías para someterlas a la mirada de los reyes.

Pero unas por altas y otras por pequeñas, algunas por bochincheras y otras por tímidas, algunas por descuidadas y privadas de elegancia, ninguna consiguió la aceptación de los reyes. Así, todas debieron volver a sus hogares con un puñadito de monedas de oro y algún sombrero de tafetán como agradecimiento y pasaje hacia el olvido.


El príncipe entonces decidió partir hacia los reinos vecinos y continuar con la búsqueda. Se vistió con ropas sencillas tomadas del cuarto de los jardineros para no llamar la atención y mezclarse entre la gente sin ser reconocido, cargó su morral con lo que creyó necesario, montó su caballo blanco y partió.

Galopó a través de la lluvia durante mucho tiempo hasta que el hielo vidrió los caminos y el aire era tan frío que congelaba sus pestañas. Buscó entonces refugio en una casa del bosque.

En la casa vivía una anciana que lo recibió con una sonrisa. El resplandor del fuego de la cocina se desplegaba como un reino. Con el crepitar de los leños, pudo recuperar el calor y sonreír. La sonrisa del príncipe no aparecía muchas veces porque quedaba siempre debajo de su preocupación.

El pan estaba horneándose y despedía un aroma que flotaba y, en dibujos de vapor, empañaba las ventanas. El príncipe nunca había estado en una casa tan pequeña ni había visto ventanas tan diminutas, ventanas que bajo las enredaderas se abrían como los ojos de los cervatillos.


—¿Qué busca en mitad del invierno? —le preguntó la anciana.

—Busco a una princesa para casarme —le respondió.

—Qué pena —dijo ella—. Hace algunos meses pasó una por aquí.

La mujer compartió con él el pescado casi transparente que había cocinado y una montañita de papas.

Luego el príncipe se quedó dormido; la anciana lo protegió con una manta tejida por ella. Él soñó con una princesa envuelta en una túnica del color del mar.


Durmió un tiempo incontable y al despertar se despidió y siguió camino.

Al atardecer de ese día llegó a la plaza de un reino vecino, donde algunas jóvenes paseaban juntando caracolas sin memoria y buscando el sol. Pasó a su lado mirándolas una por una. Se sentía confundido. Cómo saber si alguna de ellas era una princesa verdadera. De lejos llegaba una canción que decía:

Del día y de la noche
nace el agua;
del día y de la noche,
los caminos.
Nada ve y nada encuentra
el que no sabe.
Nada ve y nada encuentra
el peregrino.

El príncipe rodeó la plaza al paso de su caballo tratando de encontrar a la dueña de la voz, pero no la encontró. Entonces buscó otra vez el camino y galopó hasta el siguiente reino. Allí, bajo un horizonte de castillos, había una feria. Los feriantes venían de otras latitudes y hablaban idiomas extraños. Muchas jóvenes recorrían el lugar, algunas ataviadas bellamente. Seguramente entre ellas había princesas, pero ¿serían verdaderas?
¿Debería mirar entre las que vestían con brillos y destellos? ¿O habría que buscar entre las que tenían en sus ojos el suave temblor del bosque?

Se acercó a una y le pidió agua, pero la chica, distraída ante las telas bordadas en hilos de oro que ofrecía un mercader, no escuchó su pedido. Otra derramó el agua antes de servírsela y la tercera dijo que sabía de una vertiente a la que iban a beber los enamorados. El príncipe cerró los ojos con esperanza, pero cuando volvió a abrirlos, la chica ya no estaba.

Decidió entonces ir a recorrer las islas cercanas. Atravesó veloz el primer puente y llegó a un lugar tranquilo que lo llenó de presentimientos, pero allí solo vivían parejas jóvenes que criaban a sus hijos pequeños.

Cruzó el segundo puente y llegó a una isla donde todos dormían y solo los pájaros volaban y alumbraban los árboles con plumajes y trinos. Se hubiera quedado ahí para amansar su tristeza, pero siguió adelante.

Al atravesar el tercer puente vio a alguien con una túnica azul, alguien que caminaba lento como si contara sus pasos.


Al acercarse, ella alzó los ojos y lo miró como si lo conociera. Fue un segundo apenas, como un suspiro de luz, pero en ese instante el caballo se encabritó y partió al galope alejándolo irremediablemente.

En esa isla un anciano le preguntó:

—¿Qué busca?

—Busco a una princesa para casarme—le respondió.

—Qué pena —dijo el hombre—. Hace algunas horas pasó una por aquí.

El príncipe se apeó para descansar y entonces escuchó a alguien que cantaba:

Del sol y de la sombra
nace el sueño,
del sol y de la sombra,
los olvidos.
Nada ve y nada encuentra
el temeroso;
nada ve y nada encuentra
el distraído.

Mordido por la curiosidad, siguió otra vez el rumbo de la voz. Parecía venir del bosquecito cercano. Avanzó al paso, la cola de su caballo dejaba un dibujo en la suavidad de la arena. Se detuvo para escuchar mejor, pero solo los estorninos conversaban con ese tejido de trinos que deja tan ajenos a los humanos.

La voz no se volvió a escuchar y él se sentía tan cansado que quiso volver. El invierno estaba llegando nuevamente y quería descansar y protegerse antes de seguir con su búsqueda.

Galopó desandando la distancia que lo separaba de su reino. Arriba los nubarrones oscurecían el aire y se estiraban como dragones. Desde chico temía las tormentas, aunque ahora no debía asustarse, se dijo, porque ya era un príncipe hecho y derecho; pero igual su corazón –que no había crecido mucho– galopaba tanto como el caballo y temía como si fuera el que años antes se volvía ovillo en su cama de principito.

Cuando finalmente entró al palacio, los truenos fueron más intensos y el viento azotó los postigos de las ventanas del palacio.


Abrazó a sus padres y cayó rendido.
Durmió durante horas. Soñó con una joven que, a paso de paloma, se acercaba con un vestido de nube.

Y entonces alguien golpeó a la puerta.
El príncipe se sobresaltó y se puso en pie, confundido, creyendo que se apeaba de su caballo blanco. Dio una palmada cariñosa a su almohada y recién entonces despertó por completo.

—¿Quién puede haber llegado a palacio en mitad de esta terrible tormenta? —se espantó el rey.

—Buenas tardes —dijo alguien escurriendo su vestido maltratado por el aguacero.

—¿Quién es usted? —preguntó la reina.

—Soy una princesa.

La hicieron pasar y trajeron muchas toallas para secarle la lluvia.

—¿Cómo puede una princesa atravesar la tormenta? —preguntó el rey.

—¡Qué lindos ojos tiene!—dijo el príncipe en voz baja.

—No solo atravesé esta tormenta —dijo la recién llegada—. También atravesé el mar en una embarcación que naufragó cerca de la orilla. Tuve que nadar para ponerme a salvo.

—Eso no es fácil de creer —dijo el rey.

—Tengo cómo demostrarlo, mi señor —dijo la recién llegada. Abrió su mano y dejó ver algo como un corazón transparente—. Es ámbar, la semilla de luz que solo crece en el fondo del mar.

—Hay una forma de saber si lo es —dijo, desconfiada, la reina, y lo sumergió en una copa de agua con sal. El corazón flotó porque era de ámbar, la reina asintió con una sonrisa y le ofreció hospedarse en el palacio.

La chica sacó varios peines de un morral y pidió subir hasta lo alto de la escalera.
Allí comenzó a desenredar su pelo, que fue cayendo en cascada por los escalones.
Los peines fueron desprendiendo gotas de lluvia y de mar y también unas cascaritas sombrías que formaron un charco de misterio bajo el descanso de la escalera.



Solo una princesa podía tener un pelo tan largo y tan brillante, pensaba el príncipe mientras la veía peinarse.

Esa noche, la reina, que no quería equivocarse con la recién llegada, decidió someterla a una prueba. Preparó su cama con siete colchones y agregó varios edredones más antes de tender las sábanas.
Y en el colchón de más abajo puso un guisante, redondo y pequeño como un pequeño mundo. Lo había cosechado de una enredadera que crecía en el límite de las tierras oscuras.



El príncipe aguardó con impaciencia que amaneciera.

—¿Cómo ha pasado la noche? —le preguntó la reina al día siguiente.

—La verdad es que no muy bien —respondió la chica—, algo me incomodaba terriblemente y casi no pude dormir.

La reina y el rey –que creían que un guisante es nada más que un guisante– se alegraron y, convencidos de que era una princesa auténtica, animaron al príncipe para que se casara con ella.

Pero el príncipe no confiaba demasiado en la opinión de su madre ni en la de su padre y pidió esperar unos días.

Sumada a las costumbres de palacio, la chica conversó en las horas diurnas con la reina y en las horas nocturnas con las chicas de la servidumbre. Pero cuando salía la luna, subía a los balcones y allí conversaba largamente con el príncipe.

Una mañana se escapó hasta las caballerizas y acarició al caballo blanco, que la miró como si la conociera. Entonces ella empezó a cantar:

Del sol y de la sombra
nace el verde,
del bosque y de la lluvia,
los perdidos.
Que se vuelva agua dulce
la tormenta,
que acaricie de amor
al peregrino.

Cuando el príncipe la escuchó, reconoció la voz que lo había cautivado en lejanos caminos y recordó la mirada de la chica del puente. Entonces estuvo seguro y tranquilo porque la conocía desde antes de su llegada y, desde antes, había soñado con ella.

Y se casaron felices y felices vivieron.
Y el guisante rodó por un camino de viento para golpear a la puerta de este cuento.



*
Fin
*



Brujas, princesas y pícaros
Cuentos clásicos infantiles

SÍNTESIS
Estos cuentos pasan de boca a oreja de mamás, papás, abuelas, tíos y chicos desde hace mucho, mucho tiempo. “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “La princesa y el guisante”, “Pedro y el lobo” y “La sopa de piedra” son historias que los van a acompañar siempre.
Por eso, es importante leerlas una y otra vez hasta que se las sepan de memoria, hasta que se queden dormidos y las sueñen, hasta que se despierten hablando del lobo, de la princesa y de la bruja como si estuvieran ahí.

 

miércoles, 14 de octubre de 2020

PEDRO Y EL LOBO Autora de esta versión: Liliana Bodoc, Ilustraciones: Pablo Picyk

Origen: Rusia. Como este relato ha circulado de boca en boca durante siglos, no tiene un autor individual; pero ha inspirado a escritores de todo el mundo.

Pedro y el lobo

Los pastores suelen llevar consigo un largo bastón, una bota de cuero llena de agua fresca y un perro. Pero eso no siempre es así. Hay pastores menos afortunados. Pedro, por ejemplo.

Pedro, el joven pastor, tenía una rama de abedul en lugar del bastón. Usaba sus dos manos para beber del río. Y, en vez de perro, tenía un recuerdo que, de tanto en tanto, ladraba bajito en su corazón. Era el recuerdo de un buen ovejero que lo había acompañado hasta que se puso viejo. Tan viejo que ya no podía seguirle el paso.

A pesar de ser muy joven, casi un niño, Pedro era un pastor cuidadoso. Contaba los animales antes de regresar por las noches para estar seguro de que no faltaba ninguno. Y era capaz de distinguir una oveja de otra como un padre distingue a sus hijos. Tanto que les había puesto un nombre: Sasha, Alesandrina, Dunia, Lenka, Zina… Y así hasta completar el rebaño.
Pero las ovejas, ovejas son. Y no perros ni amigos. Por eso, aunque Pedro las llamara por sus nombres, ellas no obedecían.

A veces, las tardes de invierno parecían interminables. Un largo ovillo de lana blanca que no acababa de desenredarse.
Por eso, cierta vez Pedro se sentó junto a sus ovejas y buscó conversación.

—¿Cómo estás, Alesandrina? ¿Te resulta bueno este pasto?

La oveja ni siquiera lo miró y continuó su camino tras las hierbas más tiernas.
Entonces, el pastor buscó conversación con otra oveja que le pareció más amigable.

—Hola, Zina. Si querés podemos conversar un rato. Vos me contás de tu familia y yo te cuento de…

Antes de que Pedro acabara su invitación, Zina dio media vuelta y se marchó.

Solo, sin perro ni amigos, el pastor comenzó a acumular sentimientos amargos en su corazón. Igual que la tierra se acumula en las uñas.

Acumuló tristeza. Acumuló enojo. Y también acumuló envidia.



Estaba triste por su triste suerte. Estaba enojado con aquellas ovejas maleducadas.
Sentía envidia de los niños que pasaban las tardes en compañía de sus hermanos. O se iban a pescar con su padre al río helado.

¡Hay que ver cuánto duele la soledad en esos campos de Rusia! Cuando el frío es un cuchillo que corta el día en rebanadas. Y el cielo usa capa gris.

Y bien, esa tarde Pedro, el pastor, estaba más enojado, triste y envidioso que de costumbre. Primero peleó con sus ovejas.

—¡Sos fea, muy fea, Sasha! ¡Fea, muy fea!

Sasha, que no usaba espejo, lo miró con ojos de oveja.

—¡Miren a Lenka! Ella solamente sabe decir “Beee, beee”.

—Beee —dijo Lenka.



De pronto, Pedro tuvo una idea que lo hizo sonreír. ¡Asustarlas! Eso le pareció al pastor una grandísima idea. Se escondió detrás de un árbol, se puso en cuatro patas y empezó a aullar como un lobo.

Las ovejas eran ovejas, pero no eran tontas. Todas ellas distinguían a lo lejos el aullido de un lobo, su olor y su sombra. Lo que se escondía detrás del árbol no les dio ningún miedo. Así que siguieron pastando como si nada.

Entonces, más furioso aún, Pedro tuvo otra idea.

Tal vez no pudiera engañar a las ovejas, pero sí podría engañar a la gente de la aldea. ¡Qué feliz se puso! Tanto que empezó a danzar alrededor de la rama que usaba como bastón. Estaba feliz imaginando que todos saldrían de sus casas. Los niños tendrían que interrumpir sus juegos y los pescadores abandonar sus redes.

Jajarajá, se reía.

Y se reía otra vez: Jajarajá.

Cuando acabó de gastar la risa que tenía en la panza, se preparó para mentir. Subió a lo alto de la colina, donde la voz no tenía obstáculos, puso sus manos a los costados de la boca y gritó muy alto.

—¡Socorro! ¡Socorro, vecinos! ¡El lobo nos ataca!

Y tal como lo había imaginado, sucedió.

En la aldea, todo el mundo abandonó lo que estaba haciendo. Hombres, mujeres y niños tomaron lo que tenían a mano y salieron en ayuda del pastor. Escobas, azadas y rastrillos, remos y muchas otras cosas servirían para ahuyentar al horrible animal.

En esas desoladas aldeas de Rusia, los lobos entran en las pesadillas de la gente y devoran la paz de las noches. Por cierto, son más temidos que las brujas y las tormentas de nieve.

Cuando los vecinos llegaron al prado, no había ningún lobo.

—¿Dónde está?

—¿Se llevó alguna oveja?

—¿Estás bien? —le preguntaron.

Pedro puso cara de susto y se tragó la mitad de la voz para fingir espanto.

—Se fue, queridos amigos —dijo—. El lobo los escuchó llegar y huyó de aquí.

Los vecinos respiraron con alivio. Y, murmurando bendiciones, regresaron a sus tareas.

Tan divertido estaba Pedro con el resultado de su mentira que no pudo esperar para reírse. Tomó la rama y volvió a bailar a su alrededor. Pero tan alto se rió que los vecinos pudieron oír las carcajadas.


¿Es Pedro el que se ríe así? ¿Por qué se ríe de esa manera? ¡Vamos a ver!

Cuando las personas de la aldea regresaron, descubrieron a Pedro muerto de risa y cantando:

Jajarajá… La aldea entera creyó mi mentira.

Jajarajá… ¡Volveré a hacerlo todos los días!

Los aldeanos comprendieron que habían sido engañados. Y descargaron su enojo con gritos.

—¡Te agarramos, muchacho!

—¿Nadie te enseñó que con los lobos no se juega?

—Sos un mentiroso.

—Un sinvergüenza, un mal pastor y un mal vecino.


Hombres, mujeres y niños se alejaron, aunque esta vez lo que murmuraban no eran bendiciones.

Al día siguiente, Pedro volvió al prado con sus ovejas. Hacía un frío atroz y nevaba.
El pastor recordó lo que había sucedido y quiso reírse. Jajara… ja. Jajara… Pero no pudo. No había caso. La risa no le salía bien.

Pedro se sentó bajo un árbol y empezó a comer un pedazo de pan de centeno.
Estaba apenado. Tan apenado que cerró los ojos para no llorar. Pero, mientras el pastorcito se adormecía mecido por su tristeza, alguien se acercaba. Paso a paso llegaba un animal oscuro y hambriento.

Con la lengua babeando entre sus largos colmillos, un lobo caminaba lentamente hacia el rebaño. El viento helado se llevaba lejos su olor. Y la intensa nevada disimulaba su presencia. Por eso, las ovejas de Pedro fueron sorprendidas.



Cuando Sasha, Alesandrina, Dunia, Lenka y el resto de las ovejas comenzaron a pedir ayuda, “Beee, beee”, ya era demasiado tarde. El lobo estaba sobre ellas.

Desesperado, Pedro corrió colina arriba y empezó a dar voces, llamando a sus vecinos. Solo que esta vez, su miedo era verdadero.

—¡Socorro, el lobo! ¡Viene el lobo! ¡Va a devorar todas mis ovejas! ¡Ayuda, vecinos! ¡Ayuda!

En la aldea, las personas se encogieron de hombros. Nadie le creía.

—¡Bah, es otra vez ese pastor mentiroso!

—No va a volver a engañarnos.

Solo una niña de cabello corto y colorado fue capaz de dudar.

—¿Y si ahora es cierto? ¿Y si el lobo lo está atacando?

Pero su voz era tan suave que nadie le prestó atención.

Allá, en el prado, solo quedaban Pedro, su rama, el viento y el frío.

El pastor lloró por cada una de sus ovejas. Por la pequeña Sasha. Por Alesandrina, la más lanuda. Por Lenka, Zina y Dunia. Lloró, y las lágrimas se congelaron en sus mejillas.

La noche ensombrecía más su corazón. Y así, sin sus ovejas detrás, regresó a la aldea. Por las ventanas iluminadas con lámparas de aceite, Pedro vio a sus vecinos comiendo o conversando junto al fuego. A nadie parecía importarle su pena.

De pronto, una niña de cabello corto y colorado golpeó el vidrio para llamar su atención. Cuando Pedro giró a mirar, la pequeña le sonrió con dulzura.

Alguien le sonreía. Y Pedro supo que no estaba solo.

Si no estaba solo, no iba a enojarse ni a ponerse triste ni envidioso.

Si no sentía enojo, ni tristeza, ni envidia, no tendría razones para mentir.

Si no mentía, podría ser el mejor pastor de la aldea.



                                                               FÍN
 
 


Brujas, princesas y pícaros
Cuentos clásicos infantiles

SÍNTESIS
Estos cuentos pasan de boca a oreja de mamás, papás, abuelas, tíos y chicos desde hace mucho, mucho tiempo. “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “La princesa y el guisante”, “Pedro y el lobo” y “La sopa de piedra” son historias que los van a acompañar siempre.
Por eso, es importante leerlas una y otra vez hasta que se las sepan de memoria, hasta que se queden dormidos y las sueñen, hasta que se despierten hablando del lobo, de la princesa y de la bruja como si estuvieran ahí.

 

martes, 13 de octubre de 2020

Ricardo Mariño: El fantasma asustado

Cuento: El fantasma asustado

En aquel castillo abandonado, vivía una familia de fantasmas desde hacía seiscientos años: el padre, la madre, el hermano mayor y el fantasmita menor, llamado Sabañón, de solo 123 años. Sabañón era bastante miedoso y vivía asustado por las historias de humanos que le contaba su hermano.

La madre explicaba a Sabañón que un humano no puede atravesar paredes ni ver en la oscuridad. En vano trató de hacerle entender que, aunque fueran horribles, los humanos eran incapaces de hacerle daño a un fantasma. Pero igual el pequeño tenía pesadillas.

Así, el día en que apareció en el castillo una verdadera familia de humanos, Sabañón casi se muere del susto.

Los humanos se quedaron a vivir en el castillo y, para Sabañón, comenzó una etapa difícil: vivía aterrorizado, no salía del sótano y hasta empezó a tener problemas de aprendizaje en la escuela de fantasmas.

Hasta que al padre se le ocurrió una idea para alegrar a Sabañón: enseñarle a asustar a los humanos.

El juego empezó a divertir tanto a Sabañón que no pasaba un minuto sin aullar, abrir una puerta o hacer que su cara se reflejara en un espejo.
Durante la noche les retiraba las mantas de la cama, movía una silla o hacía tintinear las copas. Los humanos corrían asustados, y él se mataba de risa. Así les perdió el temor.

Pero claro, los humanos vivían tan atemorizados que comenzaron a decir entre ellos que se marcharían del castillo.

Un día, la mamá le explicó a Sabañón que así como él les había tenido miedo a los humanos, ahora ellos le tenían miedo a él y que los chicos humanos sufrían mucho por eso.

—Tenés razón, mami —le dijo Sabañón—, ¡pero a mí me gusta asustarlos!

—Solo tenés 123 años, querido, pero ya lo vas a entender —le dijo la mamá—. Te doy permiso para que los asustes una sola vez por mes, los días 13.

Desde entonces, el día favorito de Sabañón es el 13. Para ese día prepara sus mejores trucos y hasta invita amiguitos de su colegio de fantasmas. Y los humanos de ese castillo tienen 29 días de tranquilidad por mes y uno de terror.

© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos S.A.
Ricardo Mariño / Ilust.: Vanessa Zorn - Imagen cuento: Páginas 12 y 13 © Editorial Puerto de Palos S.A.

lunes, 12 de octubre de 2020

12 de Octubre - Día del Respeto a la Diversidad Cultural

En esta fecha Cristóbal Colón llegó a América, y el suceso generó un cambio trascendental en la historia del mundo. Durante años se lo celebró con el nombre de Día de la Raza, que conmemoraba la Conquista. A partir de 2010 se cambió su nombre a Día del Respeto a la Diversidad Cultural.

Hoy te ofrecemos sitios de información para conocer más sobre:

- la cultura de los pueblos americanos: su agricultura, arquitectura, astronomía, organización, antes de la invasión europea

- imágenes de arte americano, fotos de ruinas existentes

- el viaje de Colón, datos de la Europa de entonces

- 12 de octubre de 1492, la primera invasión española

 

Video Canal Encuentro

 

viernes, 9 de octubre de 2020

¿La vieja de la cueva...?

¡Hola! 

Los chicos de 1ero A están trabajando un cancionero, y estos días escucharon la canción popular "Qué llueva, qué llueva".

Una canción, es una poesía con rima, que se puede cantar.

Con la maestra, estuvimos reflexionando sobre la escritura de algunas palabras, aquí les compartimos el video de ese encuentro:



¿Conocen la historia de esa canción popular? Actualmenta cantamos una versión diferente.

La canción original, decía: "Qué llueva, qué llueva, la Virgen de la Cueva...

El origen lo encontramos en un pueblo español, en la "Villa de Altura" - Valencia. Allí nos encontramos con la Cueva Santa, que alberga en su interior la capilla de una Virgen desde el siglo XVI. En 1726 una enorme sequía general en la Comunidad Valenciana puso en peligro las cosechas. Los labradores del lugar fueron a rezar a la Virgen de la Cueva, y al día siguiente llovió en abundancia. De ahí que se le invoque con esta canción a esta Virgen para que llueva.

Aquí les dejamos la versión original:


 

jueves, 8 de octubre de 2020

LAS ARVEJAS DE ETELVINA Autora: Ema Wolf

Etelvina está pelando arvejas.

Con paciencia, abre las vainas una por una.

De adentro saca tres, cuatro, a veces cinco pelotitas verdes.

Las echará en el guiso, naturalmente.

Llega a la vaina número cincuenta y siete. La abre.

¡Oh! ¡Las arvejas no están!

Se fija bien. Revisa todos los rincones de la vaina. No, no están.

Pero dejaron un cartel. Por la letra, tiene que ser de ellas. Dice: “Nos fuimos a un baile de disfraces. Volvemos tarde”.



Etelvina está muy disgustada. Nunca le pasó una cosa así en la mitad de un guiso.

Ahora no le queda más remedio que esperarlas. Por culpa de ellas el guiso demorará.

La espera se hace larga. Cabecea sentada en una silla dura.


Como a medianoche abre otra vez la vaina. Las arvejas han vuelto y duermen a pata suelta.

Etelvina grita.

Una está disfrazada de mosca, otra de corcho y otra de pelo.

Imposible echarlas en la olla. ¡Le arruinarían el guiso!


Etelvina piensa que con esas arvejas no se puede. Mañana le presentará las quejas al verdulero.


FIN

12 de Octubre - Día del Respeto a la Diversidad Cultural

   


 

 

 

 

 

Cuento: "Pata de dinosaurio" Autora Liliana Cinetto

EN EL NIDO DE MAMÁ PATA APARECIÓ UN HUEVO GRANDOTE, RARO, DE COLOR GRIS… —SEGURO ES UN HUEVO DE CISNE —DIJO MAMÁ PATA, QUE CONOCÍA DE ME...