Origen: Rusia.
Como este relato ha circulado de boca en boca durante siglos, no tiene
un autor individual; pero ha inspirado a escritores de todo el mundo.
Los pastores suelen llevar consigo un largo bastón, una bota de cuero llena de agua fresca y un perro. Pero eso no siempre es así. Hay pastores menos afortunados. Pedro, por ejemplo.
Pedro y el lobo
Los pastores suelen llevar consigo un largo bastón, una bota de cuero llena de agua fresca y un perro. Pero eso no siempre es así. Hay pastores menos afortunados. Pedro, por ejemplo.
Pedro, el joven pastor, tenía una rama de abedul en lugar del bastón. Usaba sus dos manos para beber del río. Y, en vez de perro, tenía un recuerdo que, de tanto en tanto, ladraba bajito en su corazón. Era el recuerdo de un buen ovejero que lo había acompañado hasta que se puso viejo. Tan viejo que ya no podía seguirle el paso.
A pesar de ser muy joven, casi un niño, Pedro era un pastor cuidadoso. Contaba los animales antes de regresar por las noches para estar seguro de que no faltaba ninguno. Y era capaz de distinguir una oveja de otra como un padre distingue a sus hijos. Tanto que les había puesto un nombre: Sasha, Alesandrina, Dunia, Lenka, Zina… Y así hasta completar el rebaño.
Pero las ovejas, ovejas son. Y no perros ni amigos. Por eso, aunque Pedro las llamara por sus nombres, ellas no obedecían.
A veces, las tardes de invierno parecían interminables. Un largo ovillo de lana blanca que no acababa de desenredarse.
Por eso, cierta vez Pedro se sentó junto a sus ovejas y buscó conversación.
—¿Cómo estás, Alesandrina? ¿Te resulta bueno este pasto?
La oveja ni siquiera lo miró y continuó su camino tras las hierbas más tiernas.
Entonces, el pastor buscó conversación con otra oveja que le pareció más amigable.
—Hola, Zina. Si querés podemos conversar un rato. Vos me contás de tu familia y yo te cuento de…
Antes de que Pedro acabara su invitación, Zina dio media vuelta y se marchó.
Solo, sin perro ni amigos, el pastor comenzó a acumular sentimientos amargos en su corazón. Igual que la tierra se acumula en las uñas.
Acumuló tristeza. Acumuló enojo. Y también acumuló envidia.
Estaba triste por su triste suerte. Estaba enojado con aquellas ovejas maleducadas.
Sentía envidia de los niños que pasaban las tardes en compañía de sus hermanos. O se iban a pescar con su padre al río helado.
¡Hay que ver cuánto duele la soledad en esos campos de Rusia! Cuando el frío es un cuchillo que corta el día en rebanadas. Y el cielo usa capa gris.
Y bien, esa tarde Pedro, el pastor, estaba más enojado, triste y envidioso que de costumbre. Primero peleó con sus ovejas.
—¡Sos fea, muy fea, Sasha! ¡Fea, muy fea!
Sasha, que no usaba espejo, lo miró con ojos de oveja.
—¡Miren a Lenka! Ella solamente sabe decir “Beee, beee”.
—Beee —dijo Lenka.
De pronto, Pedro tuvo una idea que lo hizo sonreír. ¡Asustarlas! Eso le pareció al pastor una grandísima idea. Se escondió detrás de un árbol, se puso en cuatro patas y empezó a aullar como un lobo.
Las ovejas eran ovejas, pero no eran tontas. Todas ellas distinguían a lo lejos el aullido de un lobo, su olor y su sombra. Lo que se escondía detrás del árbol no les dio ningún miedo. Así que siguieron pastando como si nada.
Entonces, más furioso aún, Pedro tuvo otra idea.
Tal vez no pudiera engañar a las ovejas, pero sí podría engañar a la gente de la aldea. ¡Qué feliz se puso! Tanto que empezó a danzar alrededor de la rama que usaba como bastón. Estaba feliz imaginando que todos saldrían de sus casas. Los niños tendrían que interrumpir sus juegos y los pescadores abandonar sus redes.
Jajarajá, se reía.
Y se reía otra vez: Jajarajá.
Cuando acabó de gastar la risa que tenía en la panza, se preparó para mentir. Subió a lo alto de la colina, donde la voz no tenía obstáculos, puso sus manos a los costados de la boca y gritó muy alto.
—¡Socorro! ¡Socorro, vecinos! ¡El lobo nos ataca!
Y tal como lo había imaginado, sucedió.
En la aldea, todo el mundo abandonó lo que estaba haciendo. Hombres, mujeres y niños tomaron lo que tenían a mano y salieron en ayuda del pastor. Escobas, azadas y rastrillos, remos y muchas otras cosas servirían para ahuyentar al horrible animal.
En esas desoladas aldeas de Rusia, los lobos entran en las pesadillas de la gente y devoran la paz de las noches. Por cierto, son más temidos que las brujas y las tormentas de nieve.
Cuando los vecinos llegaron al prado, no había ningún lobo.
—¿Dónde está?
—¿Se llevó alguna oveja?
—¿Estás bien? —le preguntaron.
Pedro puso cara de susto y se tragó la mitad de la voz para fingir espanto.
—Se fue, queridos amigos —dijo—. El lobo los escuchó llegar y huyó de aquí.
Los vecinos respiraron con alivio. Y, murmurando bendiciones, regresaron a sus tareas.
Tan divertido estaba Pedro con el resultado de su mentira que no pudo esperar para reírse. Tomó la rama y volvió a bailar a su alrededor. Pero tan alto se rió que los vecinos pudieron oír las carcajadas.
¿Es Pedro el que se ríe así? ¿Por qué se ríe de esa manera? ¡Vamos a ver!
Cuando las personas de la aldea regresaron, descubrieron a Pedro muerto de risa y cantando:
Jajarajá… La aldea entera creyó mi mentira.
Jajarajá… ¡Volveré a hacerlo todos los días!
Los aldeanos comprendieron que habían sido engañados. Y descargaron su enojo con gritos.
—¡Te agarramos, muchacho!
—¿Nadie te enseñó que con los lobos no se juega?
—Sos un mentiroso.
—Un sinvergüenza, un mal pastor y un mal vecino.
Hombres, mujeres y niños se alejaron, aunque esta vez lo que murmuraban no eran bendiciones.
Al día siguiente, Pedro volvió al prado con sus ovejas. Hacía un frío atroz y nevaba.
El pastor recordó lo que había sucedido y quiso reírse. Jajara… ja. Jajara… Pero no pudo. No había caso. La risa no le salía bien.
Pedro se sentó bajo un árbol y empezó a comer un pedazo de pan de centeno.
Estaba apenado. Tan apenado que cerró los ojos para no llorar. Pero, mientras el pastorcito se adormecía mecido por su tristeza, alguien se acercaba. Paso a paso llegaba un animal oscuro y hambriento.
Con la lengua babeando entre sus largos colmillos, un lobo caminaba lentamente hacia el rebaño. El viento helado se llevaba lejos su olor. Y la intensa nevada disimulaba su presencia. Por eso, las ovejas de Pedro fueron sorprendidas.
Cuando Sasha, Alesandrina, Dunia, Lenka y el resto de las ovejas comenzaron a pedir ayuda, “Beee, beee”, ya era demasiado tarde. El lobo estaba sobre ellas.
Desesperado, Pedro corrió colina arriba y empezó a dar voces, llamando a sus vecinos. Solo que esta vez, su miedo era verdadero.
—¡Socorro, el lobo! ¡Viene el lobo! ¡Va a devorar todas mis ovejas! ¡Ayuda, vecinos! ¡Ayuda!
En la aldea, las personas se encogieron de hombros. Nadie le creía.
—¡Bah, es otra vez ese pastor mentiroso!
—No va a volver a engañarnos.
Solo una niña de cabello corto y colorado fue capaz de dudar.
—¿Y si ahora es cierto? ¿Y si el lobo lo está atacando?
Pero su voz era tan suave que nadie le prestó atención.
Allá, en el prado, solo quedaban Pedro, su rama, el viento y el frío.
El pastor lloró por cada una de sus ovejas. Por la pequeña Sasha. Por Alesandrina, la más lanuda. Por Lenka, Zina y Dunia. Lloró, y las lágrimas se congelaron en sus mejillas.
La noche ensombrecía más su corazón. Y así, sin sus ovejas detrás, regresó a la aldea. Por las ventanas iluminadas con lámparas de aceite, Pedro vio a sus vecinos comiendo o conversando junto al fuego. A nadie parecía importarle su pena.
De pronto, una niña de cabello corto y colorado golpeó el vidrio para llamar su atención. Cuando Pedro giró a mirar, la pequeña le sonrió con dulzura.
Alguien le sonreía. Y Pedro supo que no estaba solo.
Si no estaba solo, no iba a enojarse ni a ponerse triste ni envidioso.
Si no sentía enojo, ni tristeza, ni envidia, no tendría razones para mentir.
Si no mentía, podría ser el mejor pastor de la aldea.
FÍN
Brujas, princesas y pícaros
Cuentos clásicos infantiles
SÍNTESIS
Estos cuentos pasan de boca a oreja de mamás, papás, abuelas, tíos y chicos desde hace mucho, mucho tiempo. “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “La princesa y el guisante”, “Pedro y el lobo” y “La sopa de piedra” son historias que los van a acompañar siempre.
Por eso, es importante leerlas una y otra vez hasta que se las sepan de memoria, hasta que se queden dormidos y las sueñen, hasta que se despierten hablando del lobo, de la princesa y de la bruja como si estuvieran ahí.
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