jueves, 17 de diciembre de 2020

CUENTO: EL MENSAJERO de Ricardo Mariño





Era un joven mensajero del rey, llamado Teobaldo, que para hacer su trabajo cruzaba ríos y montañas y esquivaba toda clase de peligros con mucha valentía. Pero Teobaldo no era una persona de verdad, era un personaje. Más precisamente, era un personaje del primero de los cuentos de un libro que en total tenía cinco.

El libro pertenecía a un chico que todas las noches leía en voz alta el último cuento, llamado “El canto de la princesa”. Aunque tenía un final triste, ese cuento era su preferido.

Al principio a Teobaldo le dio celos que el chico prefiriera ese cuento y no el suyo, pero con el tiempo prestó atención a la princesa y terminó enamorándose de ella.

“El canto de la princesa” empezaba justo cuando la joven princesa Mirna, quien tenía una belleza deslumbrante, era raptada por un malvado hombre de palacio.

El malhechor encerraba a Mirna en la profundidad de una cueva, bajo la vigilancia de un dragón de dos cabezas. El único consuelo de la joven en aquel terrible lugar era cantar.

Cuando por fin los hombres del rey apresaron al raptor, abatieron al dragón y entraron en la cueva. No encontraron a la princesa Mirna sino a un bello pájaro blanco que echó a volar. Desde entonces el tristísimo canto de aquel pájaro se escuchó en todo el reino.

Teobaldo estaba enamorado de Mirna y enojado con el final de esa historia.

Cada nueva oportunidad en que el chico volvía a leer ese cuento, Teobaldo se enamoraba más y más de la princesa y más se entristecía al escuchar el desenlace (el final).

De modo que un día partió hacia el último cuento del libro para intervenir en él e impedir que la chica se convirtiera en pájaro.

Para llegar a “El canto de la princesa” tenía por delante setenta páginas y quién sabe cuántos peligros.

Pasó delante de la página quince y poco después entró en el segundo cuento. Allí encontró a un viejo mago, enojado porque en el circo lo habían reemplazado por un mago más joven.

—Al final de este libro hay un cuento que termina mal —le contó Teobaldo—. Voy para allí a cambiar el final.

—No estoy de acuerdo con los finales tristes —le respondió el mago—. Te acompaño.

Teobaldo y el mago llegaron al tercer cuento, que era de unos animales que se la pasaban charlando. Allí había un león que estaba aburrido de que en su cuento nunca pasara nada y, con alegría, decidió unirse a Teobaldo y al mago.

En la página cuarenta pasaron al cuarto cuento. Allí conocieron un marciano que había perdido su plato volador y no podía regresar a Marte. También el marciano se unió al grupo de Teobaldo.
Llegaron por fin a “El canto de la princesa”.

—¡Hay que encontrar la cueva antes de que la princesa se transforme en pájaro! —dijo Teobaldo.

El marciano, Belisario, que veía a través de las piedras, señaló cuál era la cueva.

En la página siguiente se encontraron con el espantoso dragón. El león saltó sobre él y le mordió una pata. Teobaldo aprovechó para meterse en la cueva.

Cuando el dragón, Rufo, iba a atacar al león con las llamaradas de fuego que salían de su boca, el mago usó su varita para hacer llover: el fuego se apagó.

Teobaldo encontró a la princesa Mirna en la cueva y la sacó de allí. Pero al salir, el dragón se lanzó furioso sobre Teobaldo.

Durante dos páginas el dragón lo persiguió y hasta llegó a chamuscarle el pelo. De repente, al joven se le ocurrió un plan. Fingió estar vencido y dejó que las dos cabezas del dragón lo rodearan dejándolo en el medio. Así, cuando las dos bocas de la bestia lo atacaron, Teobaldo saltó al costado y las dos cabezas se enredaron.

El raptor de la princesa fue apresado enseguida. Teobaldo, rojo de vergüenza, no se animó a hablar con Mirna por cuatro páginas.

Teobaldo y Mirna se casaron en la última página y comenzaron un largo viaje de bodas hacia el primer cuento, de donde el joven mensajero había salido.

Para el dueño del libro hubo cierta confusión al principio pero luego se entusiasmó más que nunca con la lectura porque cada tanto los cuentos cambiaban: el león de un cuento pasaba a otro, el mago del segundo se hacía amigo del marciano del cuarto, los que se habían casado en el quinto, aparecían en el primero.

Él, de todas formas, siguió prefiriendo “El canto de la princesa” que, encima, ahora, hasta tenía final feliz.


FIN

Del libro Perdido en la selva (Alfaguara)

 

 

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