martes, 30 de junio de 2020

6to y 7mo: Declaración de la Independencia


Hola chicos! Esperamos que estén bien!!!
La seño Mónica preparó este material para que trabajen:

9 de Julio
Día de la Declaración de la Independencia
Cuadernillo de Actividades

Tres ejes para pensar los 204 años de lndependencia

¿Qué pasó el 9 de julio de 1816?

En 1816 convergen dos hechos destacados: la Declaración de la lndependencia de un nuevo país, hoy llamado Argentina y la organización final del plan de guerra de José de San Martin, que garantizaría la independencia.

El contexto internacional era sumamente complejo. Para 1816, España se había liberado de los franceses, el Rey Fernando VII había vuelto al trono y se predisponía a recuperar los territorios americanos que estaban en mano de los revolucionarios.

En este contexto tan difícil, las Provincias Unidas se juntaron para decidir qué hacer ante la situación.

El Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sudamérica se reunió en San Miguel de Tucumán para limar asperezas entre Buenos Aires y las provincias, cuyas relaciones estaban deterioradas.

El Congreso funcionó en la casa de una importante familia local hoy convertida en Museo Casa Histórica de la lndependencia.

¿Y cómo llegaban hasta ahí los congresales? En ese entonces, no había caminos construidos y la gente viajaba en carretas tiradas por mulas o en diligencias. La travesía hacia Tucumán podía tardar muchas semanas. Por eso, los viajantes arribaban sucios, con hambre y cansados, pero sabiendo que estaban allí para tomar una decisión muy importante. Para llegar al Congreso, los diputados tuvieron que recorrer largos caminos en galeras. El viaje de Buenos Aires a Tucumán, por ejemplo, duraba entre 25 y 30 días.

El viaje en carreta, esos grandes carros de madera que eran tirados por una o más yuntas de bueyes, era más largo y podía durar por el mismo trayecto hasta 50 días.

Lo fundamental del congreso fue que el 9 de julio de 1816 los representantes firmaron la declaración de la lndependencia de las Provincias Unidas en Sudamérica y la afirmación de la voluntad de "investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” y "de toda otra dominación extranjera". De este modo, después del proceso político iniciado con la Revolución de Mayo de 1810, se asumió por primera vez una manifiesta voluntad de emancipación. La Proclama es considerada el documento fundacional de nuestro país.

¿Qué significa ser independientes?

La lndependencia aparece asociada a una idea clave de la modernidad: la emancipación, que alude al momento en que un sujeto es capaz de asumirse como tal ante sí y ante los otros, un sujeto adquiría la "mayoría de edad", no sólo en el ámbito privado sino en la vida social, política e histórica. La lndependencia, concebida como "emancipación", aparece de este modo, como el deseo social de vivir sin tutela.

En los años de la lndependencia no todos accedían a la lectura y la escritura. Para las mujeres era una práctica vedada. También para los gauchos, los negros y los indígenas. Los que si podían aprender a leer, sobre todo los varones de las clases acomodadas, se alfabetizaban a través de los llamados silabarios.

¿Quiénes eran los que pedían lndependencia? ¿Quiénes componían ese pueblo que quería ser libre?

La lndependencia consolidó un nuevo grupo dirigente integrado mayormente por americanos descendientes de españoles. Este grupo, no sólo por sus convicciones sino porque el escenario de guerra lo demandaba, convocó a otros sectores a sumarse a sus luchas. Porque, dan con ambivalencias, el proceso de la lndependencia construyó un nuevo horizonte para pensar la libertad y la igualdad: posibilitó nuevas oportunidades para las clases populares, creó un contexto más favorable para la demanda de derechos de distintos grupos, brindó oportunidades de ascenso social antes desconocidas y, en algunos aspectos importantes, abrió la posibilidad de desafiar las jerarquías sociales existentes.

Gran parte de las oportunidades de ascenso social para este grupo y otros estuvieron ligadas a la incorporación a las milicias. Fueron muchos los esclavos que se sumaron bajo la promesa de que lograrían su libertad al fin de la guerra. El ejército, a su vez, generó condiciones de ascenso social para los plebeyos y los pardos, algunos de ellos, incluso, llegaron a ser oficiales.

La Revolución tuvo dos caras para las clases populares: por un lado, una promesa de libertad y, al mismo tiempo, un enorme costo que se tradujo en el desgaste físico, las heridas o, incluso la muerte en el campo de batalla.

Por último, el elenco dirigente buscó interpelar a los pueblos originarios, sobre todo a los que vivían en el camino hacia el Alto Perú. El objetivo de incorporarlos a los ejércitos con la convicción de que representaban el grupo social que más había sufrido la violencia por parte de los españoles. De todos modos, la marca más rotunda de la necesidad de incorporar a los pueblos originarios a las luchas independentistas constituyó el hecho de que la propia proclama de la lndependencia fue publicada en quechua y aymará para su difusión. La "narración americana", esa que construyeron quienes encararon la lndependencia, y que buscaba ampliar las bases de sustentación de ese proyecto, devino en una "épica criolla", es decir, en un relato que asignaba a los americanos descendientes de españoles, los "criollos", el protagonismo casi exclusivo en las luchas por la emancipación.

La lndependencia transformó la vida de las personas porque legitimó los deseos de libertad individual y de igualdad jurídica. Y también habilitó aspiraciones de mayor igualdad social. Visto retrospectiva- mente, y como ejercicio de memoria, lo que parece claro es que no hay proceso histórico tendiente a la ampliación de la libertad y la igualdad sin el protagonismo y la participación popular, como la que tuvieron, con todas sus tensiones, los esclavos, los negros, los indígenas, los pardos, los gauchos y los americanos descendientes de españoles durante las luchas por la lndependencia.

El recuerdo de esta fecha y la conmemoración de los acontecimientos de 1816 reactualizan las aspiraciones por lograr mayor libertad e igualdad y reafirman la voluntad popular de dirigir su propio destino.

lunes, 29 de junio de 2020

La criatura horripilante de la laguna gigante

Los bibliotecarios del Distrito Escolar 14 nos juntamos para leerles juntos esta historia de  Adela Basch. El texto impreso fue ilustrado por Alejandro O'Kif.

¿De qué se trata?
La gente de una pequeña ciudad esconde un misterio... en una laguna cercana...
La gente grande dice que en la laguna, vive un monstruo peligroso y cruel, una criatura horrorosa que se come a los chicos.
Pero... ¿será verdad lo que cuentan o será puro invento?
Y si realmente ese monstruo existe... ¿cómo será ?
Te inventamos a descubrirlo... en un cuento, con muchas voces...


sábado, 27 de junio de 2020

El que se fue y volvió - El hombrecito verde y su pájaro, Laura Devetach -


El hombrecito verde se sacudió como un perro que se despierta.
Le hizo una caricia a cada pájaro, les dejó agua y semillas, habló dos cositas con los vecinos y diez con Marinés, la del telar.
Y se fue.
Se fue por los caminos que quedaron marcados por los matorrales cuando cambiara las cosas verdes por las cosas de colores.
Caminó por los caminos caminados.
También hizo caminos al andar, como dice la canción.
Y fue pasando un largo tiempo de varios colores.
Cuando el hombrecito volvió, lo seguían las abejas de panzas rayadas, que seguían a los azahares que estaban en el limonero, que estaba en el hombro del hombrecito, junto a una bolsa de color verde.
Un limonero y una bolsa que el hombrecito dejó en el suelo con una sonrisa de alivio.


Los pájaros alborotaron mientras plantaba el limonero. Sin perder tiempo empezaron a tejer nuevos nidos.
El limonero se mecía con un suave sonar de abejas y hojas.

La pava roja silbaba al fuego, secreteándole cosas a Marinés que la había puesto a calentar sin pedirle permiso a nadie.

El hombrecito la saludo feliz.

Vio también que el vecindario había plantado semillas de las que comían los pájaros, para poder alimentarlos si él tardaba en regresar.

Y se sintió adorablemente bien.

Abrió con energía la bolsa color verde y llenó el mate de yerba.


Y aquí dejo al hombrecito y a Marinés tomando un verde mate debajo del limonero, mientras la bandada de pájaros estalla en chispas sobre el pequeño vecindario.
Digo que los dejo ya, porque esta historia puede seguir y seguir hasta cuando ustedes quieran.

Y también puede volver a empezar con gente azul, de la casa azul, del país azul, que tenía un...


FIN


El hombrecito verde y su pájaro
Laura Devetach
ilustrado por Myriam Holgado
Colección: Pajarito Empilchado
Ediciones Colihue, 1987



Visto y leído en:
http://www.colihue.com.ar/fichaLibro?bookId=468
http://unesdoc.unesco.org/images/0015/001524/152455s.pdf
Ilustraciones: Myriam Holgado (Libros en Google Play. Publicado por Ediciones Colihue)

viernes, 26 de junio de 2020

Blancanieves y los siete enanitos, de Pepe Pelayo


Érase una vez una reina, sentada ante una gran ventana, bordando un pañuelo y contemplando, de tanto en tanto, cómo caía la nieve. La soberana era tan dulce, pero tan dulce, que si hubiera tenido nietos, estos hubiesen sido diabéticos.

Una vez se distrajo y se pinchó un dedo con la aguja. El chorro de sangre llegó hasta la nieve que estaba depositada en la ventana.

¡Oh! —exclamó—. ¡Cuán grande sería mi dicha si tuviese algún día una niña blanca como la nieve, con labios tan rojos como la sangre y cabellos tan negros como el ébano del marco de la ventana!

Al poco tiempo fue complacida por las hadas que habían escuchado su ruego. Sin embargo, hubo una pequeña confusión. La niña nació negra como el ébano, de labios blancos como la nieve y de pelo rojo como la sangre. A la soberana le pareció genial de todas maneras y la bautizó con el nombre de Blancanieves, nadie sabe por qué.


Quince años después, la reina falleció por la infección en la herida del dedo que se había hecho en aquella ocasión. Entonces, el rey desconsolado, se casó al día siguiente con la solterona princesa de un reino vecino.

La madrastra de Blancanieves era tan tonta como malvada. Era tan tonta, pero tan tonta, que rompía los jarrones para limpiarlos por dentro con más comodidad. Era tan tonta, pero tan tonta, que se entretenía en inventar una pasta de dientes con sabor a ajo. Así de malvada era también. Se pasaba horas y horas viendo televisión. Incluso tenía un pequeño computador mágico portátil, al que le preguntaba cada cierto tiempo quién era la más fiel telespectadora del reino. Cuando lo hizo después de la boda, el computador le dijo con voz metálica:

—Ser tu hijastra. La más fiel telespectadora ser tu hijastra. Gracias por preferir este software.

La nueva reina se molestó mucho y solo para asustarla —según ella—, corrió detrás de la niña por todo el palacio, insultándola con un cuchillo en la mano.

En vista de la mala onda que había, Blancanieves huyó hacia el bosque.

La niña se extravió, como sucede muchas veces en los cuentos, y así estuvo perdida hasta que encontró a unos enanitos. Blancanieves se asombró al verlos porque eran tan bajitos, pero tan bajitos, que cuando se subían los calcetines no veían nada. Realmente, eran tan bajitos, pero tan bajitos, que cuando se hacían lustrar las botas, les teñían el pelo. Por suerte, los enanitos la recibieron amablemente, incluso la invitaron a vivir en su casa, que era tan chica, pero tan chica, que cuando entraba el sol, uno de ellos tenía que salir. Era tan chica esa casa, que no cabía ni la menor suciedad. Por eso tuvieron que agrandarla con rapidez para Blancanieves.

Los enanos pensaban que al fin habían encontrado a alguien que les leyera libros de cuentos, por la noche, antes de dormir. Pero no sabían lo lejos que estaban de lograr sus sueños, porque ella solo deseaba ver televisión.

Blancanieves trató de llevarse bien con todos, pero su preferido era el séptimo por orden de tamaño. Era tan chico, pero tan chico, que sus compañeros le decían el enano.

A ese, lo convenció para que compraran un televisor de pantalla plana de cuarenta pulgadas y sonido estereofónico. Los enanos nunca habían querido tener uno, pero tanto insistió Blancanieves, que el más chico de ellos lo compró, a pesar de la negativa de los demás.


La niña fue más feliz que nunca. Comía, se lavaba los dientes, se vestía, dormía y hasta hacía sus necesidades fisiológicas delante del aparato. Pero eso sí, solo veía programas de alto rating, como los de concursos, reality show, misceláneos, etc.

Pasaron los días, hasta que la madrastra supo por internet que Blancanieves seguía siendo la más fiel telespectadora. Entonces, urdió un plan para eliminarla. Se disfrazó de promotora de una empresa de frutas y llegó, ofreciendo manzanas envenenadas a la casa de los enanitos.

La niña no quiso abrirle por estar concentrada en una teleserie, la reina se molestó y por la ventana le lanzó con todas sus fuerzas una manzana envenenada con cianuro. La fruta le dio entre ceja y ceja a la niña, dejándola muerta al instante. Un olor a almendras amargas invadió el lugar.


Después de reír y brindar con champán por librarse del televisor, los enanitos lloraron varias horas seguidas. Al otro día, organizaron un glamoroso funeral, como se lo merecía Blancanieves. Invitaron a todos los artistas, animadores y modelos de televisión, pero como ninguno asistió, tuvieron que invitar con urgencia a todas las hadas, gnomos, elfos y unicornios que conocían, incluyendo a un yeti recién avecindado en la zona. Por supuesto, el funeral fue un fracaso, algo así como un programa de televisión de buena calidad, pero de baja sintonía.


Sin embargo, cuando llegó el momento de enterrar a la pobre niña, todo cambió. De repente, al cementerio llegó un príncipe muy conocido como protagonista de teleseries. El espectáculo fue maravilloso: una alfombra roja se desenrolló a sus pies, todo se cubrió de brillos y lentejuelas, se escucharon fanfarrias y la luz de un reflector lo iluminó en su camino hacia el ataúd.


El hermoso príncipe se volvió loco de amor cuando vio a Blancanieves. Por suerte, entre los presentes había un psiquiatra, quien le aplicó sus conocimientos terapéuticos. Al salir el príncipe de su estado traumático, logró darle un beso en la boca a su adorada, en medio de la música cebollenta que se escuchó y la ovación de los presentes. El hechizo se rompió.

La negra Blancanieves con sus labios blancos y su pelo rojo, al despertar y ver al príncipe —para variar—, también se enamoró. Pero otro encantamiento desconocido comenzó a funcionar: el príncipe se convirtió en sapo.


Blancanieves no lo pensó dos veces. Rápidamente besó al príncipe en la boca también y el maleficio se deshizo. Pero no contaban con otro embrujo. Ella se volvió rana al instante. Así estuvieron toda la tarde: un beso, él de sapo; un beso, ella de rana; un beso, él de sapo, un beso, ella de rana. ¡Hasta que a los enanitos se les agotó la paciencia y los detuvieron!


Entonces, los enamorados tomaron una decisión: se casarían de todas maneras, porque de esa forma deben terminar los pésimos programas de televisión que se respeten. Así, alternándose como humanos y animales, la bella princesa-rana y el hermoso príncipe-sapo se unieron en matrimonio. Fue la boda del año.

Y fueron muy felices y tuvieron muchos renacuajos

FIN

Pepe Pelayo, 2015. Blancanieves y los siete enanitos. En Pepito y sus libruras. Santiago de Chile: Ediciones SM. - Ilustraciones de Alex Pelayo

jueves, 25 de junio de 2020

CUENTO CON OGRO Y PRINCESA, de Ricardo Mariño


Fue así: yo estaba escribiendo un cuento sobre una Princesa. Las princesas, ya se sabe, son lindas, tienen hermosos vestidos y, en general, son un poco tontas. La Princesa de mi cuento había sido raptada por un espantoso Ogro. El Ogro había llevado a la Princesa hasta su casa-cueva. La tenía atada a una silla y en ese momento estaba cortando leña: pensaba hacer “princesa al horno con papas”. Las papas ya las tenía peladas.

Es decir había que salvar a la Princesa.

Pero no se me ocurría cómo salvarla. El cuento estaba estancado en ese punto: el Ogro dele y dele cortar leña y la Princesa, pobrecita, temblando de miedo. Me puse nervioso. Más todavía cuando el Ogro terminó de cortar, acarreó la leña hasta la cocina y empezó a echarla al fuego. En cualquier momento dejaría de echar leña y acomodaría a la Princesa en la enorme fuente que estaba a su lado. Agregaría las papas, un poco de sal, y zas, ¡al horno! ¿Qué hacer?

Se me ocurrió buscar en la guía telefónica. Descarté llamar a la policía (en las películas y en los cuentos la policía siempre llega tarde); tampoco quise llamar a un detective (no soporto que fumen en pipa en mis cuentos). Por fin, encontré algo que me podía servir:

“Rubinatto, Atilio, personaje de cuentos. TE 363-9569”

—Hola, ¿hablo con el señor Atilio Rubinatto?

—Sí, señor, con el mismo.

—Mire, yo lo llamaba… en fin, por la Princesa…

—¿Qué le pasa? ¿Está triste?

—Sí, más que triste.

—¿Qué tendrá la Princesa?

—La van a hacer al horno.

—¿Al horno?

—Sí, con papas.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Quién la va a cocinar?

—El Ogro, ¿quién va a ser?

—Pero mire un poco. ¡Las cosas que pasan! Y uno ni se entera. Ya no se puede salir a la calle. Adónde iremos a parar. Casualmente, hoy le comentaba a un amigo que…

—Escúcheme, Rubinatto.

—Sí.

—Lo que yo necesito es que usted participe en el cuento.

—¿Qué cuento?

—En el que estoy escribiendo. Quiero que usted haga de héroe que salva a la Princesa.

—Bueno, no le niego que la oferta es interesante, pero, en fin, últimamente estoy muy ocupado. Tengo trabajo atrasado…

—¿Trabajo atrasado?

—Claro. Tengo que hacer de sapo pescador que se transforma en sardina en un cuento que se llama “Malvina, la sardina bailarina”. Además, me falta repartir como treinta cartas en un cuento donde hago de “viejo cartero bondadoso”. Es un personaje muy lindo, todos los chicos lo quieren…

—¿Piensa dejar que el Ogro se coma a la Princesa? Usted no tiene sentimientos. Es un monstruo.

—Ya le digo, ando muy ocupado. No sé, si me hubiera avisado con tiempo, lo hacía gustoso… Llámeme en otro momento.

—¡Qué otro momento! Si esperamos un minuto más, chau Princesita. Rubinatto, usted no puede hacer esto, qué pensarán sus admiradores…

—Es cierto…

—Van a pensar que usted es un cobarde, un…

—Está bien, está bien. Veré qué hago. No, usted tiene que decirme qué hago, ¿qué hago?

—Y… puede hacer de vendedor de manteles. Ahí está. Listo. Usted hace de vendedor de manteles. Llega hasta la casa del Ogro. Llama a la puerta. Cuando el Ogro abre, usted le da un par de sopapos. Después desata a la Princesa y escapan… ¿qué le parece?

—¡Ni loco! ¿De vendedor de manteles? De Príncipe o nada. Y al final, después que la salvo, me caso con ella.

—No, de vendedor de manteles.

—¡De Príncipe!

—¡Vendedor de manteles!

—¡Príncipe o nada!

—Está bien, haga de Príncipe… me va a arruinar el cuento, pero por lo menos salva a la Princesa.

Y llego en un caballo blanco y tengo una gran capa dorada.

—Sí, todo lo que quiera, pero apúrese porque si no…

—Y ahora la meto en la fuente y listo —dijo el espantoso Ogro, pellizcando el cachete de la Princesa.

En eso se escuchó que alguien gritaba fuera de la casa-cueva:

—¡Ehh! ¿Hay alguien en la casa?

¿Quién sería? El Ogro se asomó a la ventana. Vio que del otro lado de la verja de su casa-cueva había un tipo muy extraño montado en un caballo blanco. Llevaba una capa dorada pero se notaba que se había vestido de apuro. Tenía la ropa mal puesta, la camisa afuera, una bota sin atar, y el pelo desprolijo.

—¿Qué quiere? —le preguntó el Ogro desde la ventana.

—Soy el Príncipe Atilio.

—¿Y a mí qué me importa? —contestó el maleducado del Ogro.

—Es que ando vendiendo manteles…

—Manteles, ¿eh?

—Sí. Tengo algunos en oferta que le pueden interesar. Lavables. Estampados. Confeccionados en fibras de tres milímetros. En cualquier negocio cuestan dos o tres pesos. Yo, el Príncipe Atilio, se lo puedo dejar en tres centavos.

El Ogro lo pensó. La verdad que no le venía mal un lindo mantelito. La cueva estaba hecha un asco. Y ya que se iba a dar un festín de “princesa al horno con papas”, ¿por qué no estrenar un mantelito si estaban tan baratos?

—Espere. Ya le abro —dijo por fin el Ogro.

Atilio bajó del caballo.

Acá viene la parte de las piñas.

—Tomá. Agarrá el mantel —le dijo el Príncipe Atilio.

Cuando el Ogro lo agarró, le dio una trompada que lo hizo volar exactamente 87 metros y 34 centímetros. Pero el Ogro se levantó, arrancó un sauce de más de 3.600 kilos y se lo dio por la cabeza al Príncipe. Antes de que el Ogro saltara sobre él a rematarlo, el Príncipe agarró una piedra de más o menos cuatro mil kilos y se la tiró sobre el dedito gordo del pie derecho. El Ogro la esquivó y rápidamente hizo un pozo en la tierra de un metro y medio de diámetro y diez metros de hondo, para que el Príncipe cayera adentro.

Era una pelea muy dura.

El Príncipe, queridos lectores, desgraciadamente cayó al pozo.

El Ogro volvió contento a su casa.

Pero cuando llegó, la Princesa ya no estaba. La había desatado el caballo blanco del Príncipe. La Princesa subió al caballo y juntos fueron a sacar al Príncipe Atilio del pozo.

—Amada mía —le dijo el Príncipe Atilio desde allá abajo al reconocer el rostro angelical de la Princesa.

—Amado mío —respondió la Princesa.

—He venido a salvarte —le dijo el Príncipe.

—¡Oh! ¡Qué valiente!

—He venido por ti.

—Has venido por mí.

—Pero si no me sacas de aquí, no podré salvarte.

—Oh, si no te saco de ahí, no podrás salvarme.

—Amada mía.

—Amado mío.

—¿Por qué no se apuran un poco, che? —se quejó el caballo—. Va a venir el Ogro y este cuento no se va a terminar nunca.

Huyeron.

Se casaron, fueron felices, pusieron una venta de manteles y nunca se acordaron del Ogro.

FIN



Ricardo Mariño. Cuento con Ogro y Princesa (Serie celeste). Ilustraciones de Laura Cantón. Colección: Cuentos del Pajarito Remendado. Ediciones Colihue, 1988.
“Como no hay príncipe que salve a la princesa de que el ogro se la coma al horno, es preciso contratar a alguien que trabaja de personaje de cuentos y darle el papel de héroe. La historia no es convencional, el desarrollo tampoco y el final más o menos.”

Fuentes consultadas:
Cuento con ogro y princesa
Ricardo Mariño. Ministerio de Educación Argentino. Escuelas del Bicentenario. Literatura infantil. Cuentos para niños.
La Tinta Invisible Editores - Mérida, Venezuela
Editorial para la publicación de literatura infantil y juvenil y promoción de la lectura.
https://issuu.com/latintainvisibleeditores/docs/04_20marin_cc_83o

35 cuentos para primaria:
http://es.scribd.com/doc/62460991/35-Cuentos-Para-Primaria-2011

miércoles, 24 de junio de 2020

Cuento: Cinthia Scoch y el lobo, de Ricardo Mariño

Cinthia Scoch y el lobo, de Ricardo Mariño

El lobo apareció cuando Cinthia Scoch ya había atravesado más de la mitad del Parque Lezama.

—¡Hola! ¡Pero qué linda niña! Seguro que vas a visitar a tu abuelita —la saludó.

—Sí, voy a visitarla y a llevarle esta torta porque está enferma.

—¿Y si la torta está enferma para qué se la llevas? ¿Tu idea es matarla?

—No, la que está enferma es mi abuela. La torta está bien.

—Ah, entiendo. Entonces puedo dejarme la torta como postre.

—¿Cómo?

—Que me gustaría acompañarte para que no te ocurra nada malo en el camino. Por acá anda mucho elemento peligroso. ¿Cuál es tu nombre?

—Cinthia Scoch.

—Lindo nombre.

—¿Usted cómo se llama?

—Jamás me llamo. Siempre son otros los que me llaman. ¿Vamos?

A poco de caminar, Cinthia y el lobo encontraron a una chica y a un chico que estaban sentados sobre un tronco, llorando.

—Pobres... —se apenó Cinthia—. ¿Qué les ocurrirá?

—Bah, no te detengas —murmuró el lobo—. Ya te dije: este lugar está lleno de pordioseros y granujas. Deben ser ladrones, carteristas, drogadictos, mendigos.

Pese a la advertencia, Cinthia se acercó a los niños.

—Estamos extraviados —le explicaron—. Nuestro padre nos abandonó porque se quedó sin trabajo y no tenía para alimentarnos.

—Lo siento —dijo Cinthia.

—¿Para qué? —preguntó el lobo, impaciente-. ¡Si ya está sentado! Mejor vamos a lo de tu abuelita.

—¿Cómo se lla... perdón, cuáles son sus nombres, chicos? —preguntó Cinthia.

—Yo, Hansel —respondió el chico, mirando con simpatía a Cinthia.

—Y yo, Gretel —balbuceó la nena, secándose las lágrimas con la manga del pulóver y mirando desconfiada al lobo.

—Bueno, vengan con nosotros. Vamos a lo de mi abuela y allá, mientras nos comemos esta torta, podemos pensar en alguna solución —propuso Cinthia.

Los cuatro siguieron camino. El lobo iba malhumorado porque se le estaba complicando el plan de comerse a Cinthia. De la rabia, no dejaba de patear cuanta piedrita había en el sendero.

Poco después se toparon con un grupo de siete niños o, para ser más preciso, seis y medio, ya que uno era una verdadera miniatura. Venían marchando en fila con el chiquitín adelante, y al encontrarse con los otros se detuvieron, confundidos.

—¿Perdieron algo? —los interrogó Cinthia.

—Es que... veníamos siguiendo unas piedritas que yo había dejado caer en el camino de ida para orientarnos al volver. Era la única forma que teníamos de encontrar el camino de regreso a nuestra casa...

—No entiendo —dijo Cinthia.

—Nuestros padres nos abandonaron porque no tienen trabajo —empezó a explicar el pequeñito.

—¡No lo había dicho, yo! ¡Este lugar está infestado de pordioseros, huérfanos y delincuentes! —lo interrumpió el lobo, tirando del brazo de Cinthia. Pero ella se resistió.

—¡Un momento! ¡Debemos prestar atención a este niñito!

—¡No hay que prestar nada! ¡Después no te lo devuelven!

—El problema es que en esta parte del camino las piedras han desaparecido —terminó de explicar el niñito.

Cinthia miró furiosa al lobo y éste se hizo el desentendido.

—Vengan con nosotros a lo de mi abuela. ¡Llevo una torta!

—Muchas gracias —dijo el chiquitín, emocionado, y muy respetuosamente se presentó:

-Me llaman Pulgarcito, y éstos son mis hermanos.

Continuaron camino.

El lobo estaba cada vez más impaciente porque al ser tantos, se complicaba el plan de comerse a Cinthia. Aunque enseguida, pensándolo mejor, se le ocurrió algo:

—Querida Cinthia —dijo el lobo—, como ya encontraste amiguitos que te pueden acompañar, puedo regresar a mis quehaceres. Hasta pronto y que les vaya bien a todos.

—Adiós, señor. Gracias por su compañía. Poco después el grupo llegó a la casa de la abuela. Cinthia golpeó la puerta y esperó. Pero en lugar de permitirle pasar con todos sus amigos, la abuela le dijo:

—Ay, querida, justo hoy que estoy enferma me visitas con todos tus amiguitos. ¡No quiero contagiarlos!

—Está bien, abuela —respondió Cinthia, desilusionada. Les pidió a los chicos que la esperaran afuera, y le dio la torta a Hansel para que la tuviera.

Una vez que pasó al interior de la casa, la abuela cerró la puerta y la miró de una manera extraña.

Cinthia notó algo raro.

—¡Qué orejas tan grandes, abuela!

—Para escuchar mejor lo que dicen los vecinos, querida.

—¡Y qué peludas tus manos!

—Para ahorrar en guantes...

—¡Y qué boca tan grande!

—¡Estaba esperando que dijeras eso! —exclamó el lobo, desfigurado de bestialidad—. Tengo esta boca tan grande... ¡para comerrrr...! —había empezado a decir la abuela, cuando se escucharon tres enérgicos golpes en la puerta.

Cinthia abrió. Era una loba.

—Vengo a buscar a mi marido.

—Acá no hay ningún lobo —le explicó Cinthia.

—No estoy para bromas, nena. Puedo oler a ese inútil a trescientos metros. ¡Oh! Ahí está. ¿Qué hace disfrazado de anciana humana? ¿De dónde sacó esa ropa?

—¡Sólo estaba haciéndole una broma a esta simpática criatura! —dijo el lobo.

—¿Broma? ¡Cómo para bromas estoy yo! —dijo la loba—. Acabo de encontrar a dos cachorros humanos en el parque. Sus padres los han abandonado. Se llaman Rómulo y Remo y pienso amamantarlos yo misma. Es necesario que vengas conmigo y me ayudes a armarles un lugar donde puedan dormir —dijo, o más bien ordenó, la loba.

Cuando el lobo se marchó, Cinthia, que no había entendido nada de lo ocurrido, encontró a su verdadera abuela amordazada en el baño. Sólo cuando la anciana se calmó, pudieron entrar los demás chicos y entre todos comieron la torta.

Los chicos vivieron unos días con la abuela de Cinthia y luego pudieron regresar con sus padres.

Hansel y Gretel, como todo el mundo sabe, lograron encontrar el camino que conducía a la casa de sus padres, aunque antes debieron vencer a una bruja que los tuvo prisioneros varios días.

Pulgarcito y sus hermanos también pasaron ciertas peripecias para regresar con su familia, pero finalmente lo consiguieron gracias al ingenio del diminuto, que hasta llegó a casarse con una princesa.

En cuanto al lobo, se vio obligado a buscar comida para alimentar a los robustos y apetentes Rómulo y Remo, y ya no tuvo tiempo para fechorías. De grandes, los niños viajaron a Europa y fueron muy importantes, aunque como hermanos no se puede decir que se llevaran bien.

La loba, por último, fue apreciada por todo el barrio de San Telmo, que premió su gesto levantando una estatua en el mismo Parque Lezama. Cualquiera que pase por allí puede verla. Es una escultura que muestra a una loba y a los dos niños, y está ubicada en el sitio donde el animal los encontró.

De Cinthia Scoch no podemos agregar demasiado, pero se dice que por allí circula un libro que cuenta parte de sus aventuras.


FIN

Cinthia Scoch y el lobo, de Ricardo Mariño.
Incluido en Cinthia Scoch, Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
Ilustraciones: Juan Noailles. Colección Pan flauta.


"Cinthia Scoch se enamora, se le da por adiestrar cucarachas, la ataca un lobo, entra una nube a su casa, la raptan los indios, a su papá le crece la nariz... Preferentemente no se abra este libro en quirófanos, conciertos y velorios donde las risas puedan provocar inconvenientes."

martes, 23 de junio de 2020

El baile del oso hormiguero

Leyenda: El baile del oso hormiguero, Liliana Cinetto

(Historia inspirada en la tradición de los guaraníes de la Argentina)

Qué calor hacía aquella tarde... El sol parecía puro fuego brillando implacable sobre la selva misionera. Ni un ruido se escuchaba porque todos, bichos grandes y bichos chicos, se acurrucaban a esa hora en un rinconcito fresco a la sombra o dormían la siesta a pata suelta. Bueno, todos todos, no. Aunque no era buena hora para andar caminando, un muchacho guaraní se había alejado de la tribu y buscaba frutos silvestres. Llevaba un bastón de caña con el que apartaba las lianas y las malezas, con el que golpeaba los troncos caídos y las ramas gruesas para espantar a los animales salvajes.

Nunca pensó que al cruzar un claro, al ladito nomás del río, se iba a encontrar frente a frente con un tamanduá, el oso comedor de hormigas. Grandote era el tamanduá. Venía con la cabeza gacha olisqueando y rascando el suelo con su hocico alargado y sus garras largas y afiladas.

Cuando lo vio aparecer ¡ay, qué susto! el chico gritó. El tamanduá también se asustó, claro. Y no gritó, pero se paró sobre sus patas traseras y gruñó un poquito. Más miedo daba así. Por eso el chico levantó su bastón de caña y lo revoleó para acá. Seguramente el tamanduá pensó que iba a darle un golpe.


Para esquivarlo, se movió para allá. Enseguidita el chico volvió a revolear su bastón de caña, esta vez para el otro lado hacia la derecha. Y el tamanduá ya convencido de que quería golpearlo, lo esquivó moviéndose hacia la izquierda. El muchacho entonces dio un paso al frente. Y el tamanduá retrocedió. Pero después avanzó y fue el muchacho el que se fue para atrás. Y para acá, para allá, a un lado y al otro, a la izquierda, a la derecha, adelante y hacia atrás, uno golpeaba con el bastón y el otro esquivaba los golpes. Estuvieron así un rato largo hasta que el tamanduá se cansó y después de gruñir dos veces, se perdió en la espesura.

El muchacho tuvo que esperar hasta que el corazón dejara de latirle fuerte en el pecho. Y después corrió hacia la tribu.

¡Al verlo llegar agitado y tembloroso, los demás quisieron saber qué le había pasado. Y el muchacho les contó:

—Yo daba un golpe hacia acá ¡patapum! y el tamanduá saltaba hacia, allá ¡patapam!... —y mientras contaba el muchacho trataba de imitar los movimientos del oso hormiguero y los suyos desplazándose hacia la derecha y hacia la izquierda, adelante y atrás, a un lado y a otro...


Los que escuchaban querían parecer serios. Pero era tan gracioso ver al chico salta que te salta que no podían aguantar la risa.

—¿Cómo hacía el tamanduá? —le preguntó uno.

—Así —le explicó el muchacho.

Y el otro trató de repetir los pasos moviéndose ¡patapum! Hacia la derecha y ¡patapam!... hacia la izquierda, ¡patapum! adelante y ¡patapam!... atrás, ¡patapum! A un lado y ¡patapam!... a otro.

Al principio se oyeron carcajadas, sin embargo, al rato, toda la tribu ensayaba esa loca coreografía al ritmo del ¡patapum! ¡patapam! Tanto se divirtieron ese día que volvieron a hacerla al anochecer y en cada fiesta de casamiento y los días que celebraban algo y de a poco le fueron agregando más pasos: un giro, una media vuelta, un balanceo... Y a alguno se le ocurrió acompañar la danza con una calabaza llena de semillas o golpeando un tronco hueco o soplando en una caña...

Así dicen los guaraníes que nació el baile y la música, gracias al tamanduá, que quiso esquivar los golpes moviéndose ¡patapum!... para acá y ¡patapam!... para allá.





La ballena y otros Mitos y Leyendas
Liliana Cinetto
Colección Historias de aquí y de allá
Editorial Albatros.


Una colección que nos trae, de aquí y de allá, historias antiquísimas: mitos, leyendas y fábulas que no pierden su vigencia y su encanto, y siguen deleitando a los niños como lo hicieran hace muchísimos años cuando fueron contadas por primera vez. Recreadas por Liliana Cinetto, con el humor que caracteriza su escritura.



Los mitos nos cuentan cómo surgieron los seres y las cosas allá, en el tiempo de los comienzos. Protagonizados por dioses y seres sobrenaturales en los que creía cada pueblo, se consideraban historias sagradas y verdaderas. Apoyándose en antiguos mitos, las leyendas relatan hechos sorprendentes o maravillosos y a veces incluso acontecimientos históricos, más cercanos en el tiempo con una finalidad recreativa. Relatos bellos, llenos de colorido, inolvidables. Reconocerlos no es sencillo. Disfrutarlos, sí.

lunes, 22 de junio de 2020

Confundiendo historias

Cuento: Confundiendo historias, de Gianni Rodari.
Ilustrado por Alessandro Sanna.
Ed. Kalandraka

—ÉRASE UNA VEZ UNA NIÑA QUE SE LLAMABA CAPERUCITA AMARILLA.




—¡NO, ROJA!

—ESO, CAPERUCITA ROJA.




SU MADRE LA LLAMÓ Y LE DIJO: “ESCUCHA CAPERUCITA VERDE...”


—¡QUE NO, ROJA!


—¡AH!, SÍ, ROJA.




“VE A CASA DE TÍA LOLA Y LLÉVALE ESTA BOLSA DE PATATAS.”

—QUE NO: "VE A CASA DE LA ABUELITA

Y LLÉVALE ESTA TORTA DE PAN."




—DE ACUERDO. LA NIÑA SE FUE POR EL BOSQUE Y SE ENCONTRÓ UNA JIRAFA.




—¡QUÉ TONTERÍA!

SE ENCONTRÓ UN LOBO,

NO UNA JIRAFA.




—Y EL LOBO LE PREGUNTÓ: "¿CUÁNTAS SON SEIS POR OCHO?"

—NADA DE ESO. EL LOBO LE PREGUNTÓ: "¿ADÓNDE VAS?"

—ESO ESTÁ MEJOR.




—Y CAPERUCITA NEGRA CONTESTÓ...

—¡ERA CAPERUCITA ROJA, ROJA, ROJA!




—SÍ, Y RESPONDIÓ: "VOY AL MERCADO A COMPRAR SALSA DE TOMATE."




—NI POR CASUALIDAD: "VOY A CASA DE LA ABUELITA, QUE ESTÁ ENFERMA, PERO NO ENCUENTRO EL CAMINO".



—EXACTO. Y EL CABALLO DIJO...

—¿QUÉ CABALLO? ERA UN LOBO.



—SEGURO. Y DIJO: "SUBE AL TRANVÍA NÚMERO SETENTA Y CINCO, BAJA EN LA PLAZA MAYOR.




TUERCE A LA DERECHA, ENCONTRARÁS TRES ESCALONES Y UNA MONEDA EN EL SUELO.

OLVIDA LOS TRES ESCALONES, TOMA LA MONEDA Y CÓMPRATE GOLOSINAS."




—TÚ NO SABES CONTAR CUENTOS, ABUELO.

¡LO CONFUNDES TODO!

PERO DA IGUAL, CÓMPRAME LAS GOLOSINAS.


—ESTÁ BIEN, TOMA EL DINERO.




Y EL ABUELO CONTINUÓ LEYENDO EL PERIÓDICO.




FIN

CONFUNDIENDO HISTORIAS
(Libros para soñar)

Gianni Rodari (texto)
Alessandro Sanna (ilustración)
Antonio Rubio (traducción)




CLÁSICOS CONTEMPORÁNEOS

Gianni Rodari fue un maestro en el arte de contar historias; y bien que lo demostró en sus "Cuentos por teléfono". El ilustrador Alessandro Sanna nos propone en este álbum revisitar a una sorprendente Caperucita para jugar a "romper" todo lo conocido.

© Kalandraka

Cuento: "Pata de dinosaurio" Autora Liliana Cinetto

EN EL NIDO DE MAMÁ PATA APARECIÓ UN HUEVO GRANDOTE, RARO, DE COLOR GRIS… —SEGURO ES UN HUEVO DE CISNE —DIJO MAMÁ PATA, QUE CONOCÍA DE ME...