Cuento: EL ALBERGUE, de Azul la cordillera
El camino sabe de quién te aleja...
Primer capítulo de Azul la cordillera:
Primer capítulo de Azul la cordillera:
Salimos de noche. Mi papá fue para el corral y yo lo seguí. Ensillamos un solo caballo, el overo, que desde que murió Don Sebas está con nosotros.
La mamá salió a despedirnos y me dio una bolsita con tortas. Se sentía el olor del azúcar quemada. Los hermanos estaban dormidos.
Los perros nos siguieron un trecho. El papá les tiró un guascazo y se volvieron para el corral. Ése es su lugar, cuidando las ovejas.
Desde la loma, la casa parecía echada y dormida. Chiquita se veía, como la minina que se quedó empollando.
Después empezamos a bajar. Hay que ir al paso bajando porque es peñasco suelto y las huellas son estrechaditas.
Yo quería que durara la noche y que durara la cordillera. Porque hacía un frío tranquilo y no había viento. Y yo quería ver el lugar donde duermen los bichos de luz. Es un lugar secreto pegado a una montaña de piedra madre. Dice mi hermano que él lo vio. Que de lejos se ve brillar y apagarse.
Iba mirando también las bocas de las grutas, porque por ahí tienen su escondite los murciélagos. El ruido de los cascos los espanta y vuelan como en nube soltando chistidos. Pero no volaron.
En la primera vega desmontamos. Yo acerqué el overo hasta una mata, para que ramoneara.
El papá preparó un cigarro y se sentó en una piedra. La brasa se movía en el aire lento.
Ahí me dijo que esperaba que pasara rápido el año de escuela. Que más que pronto me quedaría de vuelta, porque soy ayudador y en el puesto hay mucho que hacer. Las palabras traían el humo hasta mi cara. Pero ya casi estábamos de amanecida. Lástima que se acababa la noche.
Dos horas después, casi con el sol alto llegamos al albergue. Salió a esperarnos el maestro. El mismo que había ido a mi casa, para pedir que me mandaran a la escuela. El papá me dijo que le debiera respeto.
Mientras ellos hablaban, yo toqué al overo. Tenía los ijares calentitos.
Cuando mi papá me dio su abrazo yo sentí el olor de mi casa. Y me acordé de la espuma del jabón que yo le sé preparar en el tazón de afeitarse.
Entré con el maestro al albergue y conocí a los otros maestros.
Había olor a mate cocido y todos los chicos estaban en el comedor.
—Éste es Benito —dijo el maestro—. Vamos a decir el nombre de cada uno para que nos vaya conociendo.
Vicente, Juan, María, Rayén, Ramón, Esteban, Pedro, Nacho, Rosa, Matías… Pero llegó el desayuno y nos olvidamos de los nombres.
—Ésta es Felipa —me dijo Rayén.
Felipa tiene manos grandes que van y vienen por el aire y se mueven con el vapor de las ollas.
—Esto es para usted —me dijo. Me dio una taza con dibujos azules.
La mesa tenía el mismo mantel de hule que tiene ahora. Gris y con cuadraditos de colores.
La primera noche me costó dormirme. Me había tocado la última cama del cuarto grande. Al lado de Vicente. Pero cuando me movía, el colchón hacía cric cric. Yo no me dormía.
Por suerte, al rato vino la maestra Claudia a dar una vuelta y me estuvo conversando. Cuando uno conversa en la oscuridad se va sacando las preocupaciones.
También me arregló la ropa de la cama. Yo le mostré esta matra que me tejió la abuela. Un rato cada día la tejió. Yo ayudé. Dibujé en un papel al overo como en galope, con las tuzas al viento. Y la abuela copió el dibujo con el tejido.
Siempre la tengo sobre mi cama. Conmigo nomás.
© 1991 Ramos, María Cristina
© Julio 2017, Editorial Ruedamares
© Julio 2017, Editorial Ruedamares
Azul la cordillera. Nueva edición.
María Cristina Ramos
Ilustraciones de Guillermo Haidr
A partir de 9 años
María Cristina Ramos
Ilustraciones de Guillermo Haidr
A partir de 9 años
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